sábado, 29 de noviembre de 2014
¿MOROS Y CRISTIANOS? O VICTIMAS Y CRISTIANOS
José María García-Mauriño
Noviembre
de 2014
No se trata de las tradicionales fiestas de
“Moros y Cristianos” de tiempos atrás y de tiempos de turismo actuales. Se
trata del tremendo contraste entre un capitalismo feroz, sangrante, y un
cristianismo que es diametralmente opuesto. Evangelio y capitalismo son
incompatibles. Se trata de ver el panorama de víctimas constantes que produce
este sistema y las reflexiones que nos hacemos los cristianos de base ante este
destrozo.
1.-
Introducción:
Hace solo cuatro años, en 2012,
experimentábamos los recortes de Rajoy unos recortes de 10.000 millones de
euros en servicios públicos de primera necesidad, como
Ante este panorama los cristianos nos hacíamos
muchas preguntas inquietantes. ¿quienes son las Víctimas? ¿qué pasa con las
Víctimas? ¿qué tiene este Sistema que produce constantemente Víctimas? ¿A
cuántos se extiende el número y clase de Víctimas? No se puede dar una
definición exacta de las Víctimas. Sólo podemos describirlas así: Es el
sufrimiento de unos inocentes que han padecido una violencia injusta y que
claman por sus derechos. En todo caso siempre serán inocentes que pagan un
altísimo precio a causa del Sistema. ¿por qué tienen que sufrir los inocentes?
Lo que iguala a todas las Víctimas es el sufrimiento, el dolor y la muerte. Ante
este tremendo problema hemos hecho estas reflexiones
2.- El Sistema:
El sistema capitalista es de tal perversidad
que ha convertido al mundo entero en un gigantesco campo de concentración.
Dentro de las alambradas está el 99% de la humanidad, al otro lado de las
alambradas se encuentra ese 1 % que oprime y
causa infinito dolor a gran parte de la humanidad. En ese campo está el
terrible holocausto de los judíos, ya sea en Auschwitz, Belsen, Dachau o
Treblinka, el constante genocidio de los palestinos por parte de los mismos
judíos, los miles y miles de muertos causados por las guerras imperialistas
(Iraq, Afganistán, Líbano, Ruanda, Congo, Libia, Siria, norte de África).
Pueblos enteros sometidos a la dictadura del sistema. Más de la mitad de
habitantes del planeta desnutridos, millones de muertos de hambre al año,
millones de niños y mujeres esclavos laboral o sexualmente, niños-soldado o
víctimas de las minas o del tráfico de armas, las mujeres maltratadas, violadas
o asesinadas, las Víctimas del
imperialismo, las Víctimas del narcotráfico, las Víctimas de la prostitución,
las Víctimas del franquismo, los millones de emigrantes que salen de sus tierras buscando condiciones de vida
mejores, los represaliados políticos. El destrozo de
Todo esto sucede en un planeta con medios
suficientes para que eso no ocurra. Las proporciones entre las Víctimas y la
humanidad son aterradoras, más de dos tercios de la Humanidad padece este
sufrimiento. Se trata del exterminio lento de los pobres, los excluidos, los
que “sobran”. Y seguimos preguntando: ¿es posible explicar el sentido de esta
catástrofe? Las Víctimas se podrían hacer esta pregunta: ¿qué hemos hecho para
que nos traten así? “Lo único que pretendemos es vivir”. Todos mueren antes de
tiempo. Cualquier habitante de este inmenso
campo de concentración, sea creyente o increyente, debería renunciar a
toda respuesta que busque sentido a este absurdo. El sistema es un absurdo.
3.- Algunas preguntas:
Ante este escenario de las Víctimas del sistema,
las preguntas que nos hacemos dan lugar
a profundas reflexiones. Si nos tomamos en serio el terrible drama de las
Víctimas, pensamos hacer una reflexión en profundidad. ¿Es verdad que los
cristianos están con las víctimas? Nos podríamos preguntar, ¿dónde están los que
se llaman cristianos, sean de base o no?
Y tendríamos que responder: Estamos donde tenemos que estar, al lado de los que
sufren. La pregunta del cristiano por el sufrimiento del inocente tiene que
surgir de un sujeto humano íntegramente comprometido en la lucha contra la
injusticia,
3.1. Un planteamiento cristiano:
¿Cuál es nuestra reflexión y nuestra postura como creyentes? Una
posición clara y determinante podría ser esta; una ubicación incondicional del
lado de las Víctimas. Nos podemos aplicar el título del libro de Alfredo Tamayo, miembro de CPS, Siempre
de vuestro lado (2008, sobre las Víctimas de ETA) Pero, ahondando más en
nuestro planteamiento de fe, es importante dilucidar qué relación existe entre
el sistema capitalista y el cristianismo. Y afirmamos con toda claridad que son
dos proyectos absolutamente irreconciliables. El capitalismo y el cristianismo
son incompatibles. Recordamos eso de, “no
podéis servir a Dios y al Capital”. Si nos situamos al lado de las víctimas.,
no podemos compaginar nuestro pensamiento y menos aún nuestras actuaciones con
los esclavos del capital y aquellos que apoyan el capital. O al lado de las
Víctimas, o al lado del capital. Lo que piden las Víctimas es una respuesta a
la injusticia de sus muertes.
3.2. Una reflexión teológica:
¿A qué Dios servimos? El Dios de Jesús no es un
Dios Todopoderoso, es el Dios de la debilidad. En el evangelio no aparece ni
una sola vez la idea de un Dios Poderoso, solo se nos muestra la imagen de un
Dios lleno de bondad, misericordioso y compasivo. Jesús también fue Víctima del
poder del imperio y de los poderes religiosos En ese rostro desfigurado del
Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes
convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa que pretenda
dar culto a Dios olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a
los más débiles e indefensos. Si Dios ha muerto identificado con las víctimas,
su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de
Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos
adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres
humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria.
La fe en Jesús hace que muera la imagen
clásica, tradicional, del Dios Todopoderoso y protector. Jesús vivía siempre al
lado de los oprimidos, de las Víctimas
del sistema. Identificado con los últimos, defendiendo a las víctimas, los que
están en la escala más baja de la sociedad. Su vida era una búsqueda constante
del Reino de Dios y su justicia, es decir, buscaba otra sociedad distinta, y
sanaba las heridas que producía el sistema, como son, las enfermedades, el
hambre, la explotación, la avaricia de los ricos. Ese era su sitio, estar
siempre entre los excluidos, entre los que “sobran” en la sociedad, los
últimos, los sin tierra, los que no tienen nada, los sin derechos, los
indeseables, los humillados y sin dignidad alguna. El Reino de Dios no es una
Buena Noticia para todos de forma indiscriminada. Es una alegría para los
oprimidos, y una amenaza para los que oprimen. En el Reino de Dios no pueden vivir en el mismo espacio y al
mismo tiempo, unos pocos ricos que viven a costa de la mayoría que son los
pobres.
Jesús nos llama a cambiar esas creencias
propias de una etapa infantil, por un espacio ocupado ahora por la ley moral,
por los Derechos Humanos, que no es sino la llamada a la plena madurez del ser
humano, esa madurez que se expresa en términos de responsabilidad absoluta. Dios,
identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al
grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.
La
pregunta por el sufrimiento del inocente no se satisface con esa invocación de
la libertad humana. Dios no puede quitarse de en medio. Dios tiene que ser
interpelado por esa injusticia. Una vez que ha visto la injusticia del
sufrimiento, se plantea radicalmente la exigencia de justicia. Pero es el
hombre, todo ser humano, el que tiene que hacerse cargo de esa justicia pues todos
experimentamos el silencio de Dios. Ante el mal, Dios no interviene, no porque
no quiera, sino porque no puede. Se trata de la debilidad de Dios. Hay como un
trasvase de la omnipotencia divina en favor de cada uno de los seres humanos y
del mundo. Hay un Dios que muere y, con él, un determinado discurso religioso;
y hay un Dios que se revela y, con él, una determinada manera de hablar de
Dios.
Si Dios se oculta, si es inalcanzable, poco
podemos saber sobre Dios. Lo que sí tenemos al alcance es su palabra recogida
en los Evangelios. Tendremos entonces
que atenernos a su palabra, a sus enseñanzas. Pero atenerse al Evangelio
significa buscar su sentido sin renunciar a la razón y a la experiencia humana.
El creyente no cree en Dios a ciegas porque sabe que no tiene hilo directo con
la divinidad: tiene que mediar la razón, es decir, tiene que interpretar sus
enseñanzas.
Y éstas ¿qué dicen? Jesús nos muestra en su
mensaje y en su vida la debilidad de
Dios. Aceptó despojarse de todo poder divino, y en ese vaciamiento, en esa
kenosis, mostrar al Dios plenamente humano, débil, renunciando a actuar con
poder en el mundo para que el hombre, es decir, cada uno de los seres humanos
de la tierra, ejerza su autonomía. Dios delega en el ser humano la
responsabilidad de la justicia en la tierra. Es decir, la muerte del Dios
todopoderoso echa sobre las espaldas del todo ser humano la tarea de hacerse
cargo de las injusticias del mundo. La muerte del Dios infantil conlleva la
afirmación inmediata de la incompatibilidad entre injusticia y existencia
humana. No se puede vivir de espaldas a la injusticia.
4.- Una posible salida:
¿Qué salida cabe, qué esperanza? No hay
escapatoria en el sentido de que la solución no está en evadirse de la tremenda
realidad que estamos viviendo, sino en desarrollar dentro de este victimario
histórico una superioridad espiritual, es decir, en soportar el trago de
historia que estamos viviendo sin sucumbir espiritualmente. Una propuesta sería
esta: sólo nosotros podemos salvarnos si salvamos lo mejor que hay en nosotros.
Es decir, los valores éticos, los Derechos Humanos, la fe en Jesús, la
fraternidad planetaria, el compromiso insobornable por la justicia, Todo esto
está por encima de toda otra consideración. Desde luego, podemos afirmar ahora
con mayor decisión que nunca, que un Dios todopoderoso es un Dios incomprensible, un Dios que, repetimos, no es
el Dios de Jesús. Lo que ocurre es que
esa constatación no nos puede llevar a la desesperación, ni siquiera al
desencanto. Esa experiencia de madurez espiritual se expresa en dos movimientos
complementarios, a saber, ayudar a Dios, es decir, hacer lo posible para que su
presencia en el mundo sea la propia de un Dios débil, un Dios que deja actuar
al ser humano, y, por otra parte, asumir ese compromiso de responsabilidad
absoluta que todo ser humano tenemos con la justicia. ¿Cómo pueden seguir los cristianos
de
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