miércoles, 4 de marzo de 2015

UNA DEMOCRACIA SUBVERSIVA



José María García-Mauriño
3 de Marzo de 2015

La democracia para ser auténtica, tiene que ser subversiva. Sin laicidad no hay democracia La laicidad es un elemento definitivo en una democracia. En nuestro país, la laicidad tendría que subvertir el orden establecido para llegar a una democracia verdadera. Subvertir, soliviantar, significa mover el ánimo de la gente para inducirle a adoptar una actitud rebelde u hostil en orden a cambiar el orden público y moral, dice el Diccionario de Lengua. Hay mucho que cambiar, porque la democracia parlamentaria establecida tiene dos serias contradicciones. Por un  lado, ha establecido que “ninguna religión  tendrá carácter estatal” (Art,, 16,3 de nuestra Constitución) y por otro, a renglón seguido, afirma que “mantendrá relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”. Además, por si fuera poco,  mantiene unos “Acuerdos Santa Sede Estado español”  que otorga enormes privilegios a la Iglesia Católica (BOE 3 de enero de 1978). Mientras no seamos capaces de solucionar estas dos contradicciones, no es posible una verdadera Democracia. 

Un principio básico de toda Democracia es la igualdad: Y cuando se privilegia a unos al margen de otros, estamos dañando seriamente este orden democrático. Podemos definir la igualdad en términos abstractos y universales. 

Una formulación que es totalmente necesaria para hablar un mismo lenguaje y poder entendernos: Se pueden ver los arts 1 y 7 de los Derechos Humanos. El art. 14 de la Const. española. Para que haya una verdadera democracia es necesaria la existencia de un Estado laico en una sociedad laica.

Construir una sociedad laica y consolidar un Estado laico es el reto de una ciudadanía adulta. Buscamos  dos cosas claras: un Estado que sea de verdad laico, y una Sociedad que entre en un proceso auténticamente secular, laico.

1º) Un Estado  laico
El Estado laico tiene un fundamento jurídico: En nuestro país, el Estado es formalmente aconfesional y por tanto laico. Está claramente expresado en el Art 16,3 de la Constitución de 1978: “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Un Estado laico, claramente a-confesional, quiere decir que ni en sus instituciones, ni en su legislación, ni en sus manifestaciones culturales y políticas,  se doblega ante credos o éticas exclusivamente religiosas.

Sin embargo, ese principio constitucional se viola sistemáticamente porque el Estado sigue reconociendo privilegios a la Iglesia Católica en función de  los Acuerdos Santa Sede-Estado español de 1979. Estos Acuerdos, que son de dudosa validez jurídica, por ser pre-constitucionales, siguen vigente a día de hoy. Y además, según voces autorizadas, la Santa Sede no es un sujeto competente para firmar un tratado internacional, capaz de regular las relaciones entre dos Estados soberanos. 

Estos acuerdos otorgan a la Iglesia católica una serie de privilegios que no tiene ninguna otra religión.  No se puede decir, por tanto, que el Estado sea neutral, sino que favorece  colmadamente a la Iglesia católica, discriminando a las demás.  Es una incoherencia jurídica y política mantener estos Acuerdos.

Son suficientes los 30 años de Constitución y de los Acuerdos para empezar a revisarlos, modificarlos y liberarnos de esa mentalidad propia del Nacional-catolicismo, del franquismo, de la que están empapados esos Acuerdos. Este sistema político-religioso fue el que marcó la vida de los españoles durante 40 años, y todavía sigue vigente en amplios sectores de la sociedad civil.

El Estado es el único organizador y gestor de la vida política y social, de los individuos y de las comunidades y asociaciones que estos constituyan –como la Iglesia Católica-. Es gestor en igualdad de condiciones de toda la ciudadanía, del máximo de libertades, según la conciencia de cada ciudadano o ciudadana; pero todos como particulares, y sometidos a las leyes generales comunes.

Además, no sólo hablamos de neutralidad del Estado frente a las religiones, sino también frente a las cosmovisiones de los no creyentes, agnósticos y ateos que tienen planteamientos no religiosos. Aquí se evidencia, sobre todo, la laicidad del Estado. Y es fácil observar cómo nuestro Estado se ha traicionado a sí mismo, no se ha tomado en serio su propia laicidad.

A qué esperamos para tener un Estatuto de Laicidad del Estado? El principio de laicidad nos dice que no se puede financiar con dinero público un bien religioso particular, privado, como si fuera un bien público, propio del Estado, como es la Iglesia católica.  Somos adultos y la sociedad es lo suficientemente adulta como para  sacar las consecuencias de esta laicidad del Estado.

2º) Una sociedad secular,  laica:
En rigor no se puede decir que una sociedad sea laica o deje de serla. La sociedad es un mosaico de individuos y de pueblos, de comunidades,  diferentes en sus creencias, y convicciones, que pueden ser confesionales o no; unos y otras siempre como particulares, nunca como públicas.

Pero, sí podemos afirmar que la mayoría de hombres y mujeres que  conforman la sociedad española, se va caracterizando por la independencia y autonomía de cualquier tutela religiosa. Es decir, se trata de construir la Historia sin acudir a la religión. Queremos una sociedad que sea de verdad independiente de toda tutela religiosa, pero no contraria a la religión. La laicidad respeta profundamente el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de libre creencia La sociedad vive hoy cambios muy profundos y seguimos viviendo un proceso de secularización que es imparable. 

Vamos caminando hacia una sociedad laica, de ninguna manera en contra de ninguna religión, sino creando una sociedad civil independiente y respetuosa con lo religioso. Pero, también  respetuosa con lo no religioso, con los ateos, agnósticos o indiferentes. Caminar significa que la sociedad avanza, que no es inmovilista, que no está  atada a esquemas religiosos obsoletos. Una sociedad que va madurando, que para andar no necesita las muletas de lo religioso, que va saliendo del infantilismo hacia una madurez cívica. ¿O acaso no aceptamos todavía el espíritu de la Ilustración? Kant  (siglo XVIII) decía que esta etapa histórica consiste en el hecho por el cual el hombre y la mujer salen de la minoría de edad y llegan a  la mayoría de edad.

Apostamos por una sociedad en la que se pueda vivir de verdad como personas laicas, asumiendo que todos y todas somos ciudadanos y no súbditos, y por tanto, no queremos volver a someternos a ese catolicismo en el que el Estado vertebraba la sociedad con las normas impuestas y emanadas de la Iglesia católica, tanto  en la escuela, como en la economía, o en las expresiones públicas de la fe católica.

El laico no se define por oposición a clérigo; esto es una distinción clerical. Las personas laicas pertenecen a la ciudadanía de a pie. Y lo laico es aquello en lo que coincidimos todos los Seres humanos, es lo más universal y propio de cualquier sociedad, es lo común. Lo laico es  lo que iguala a todos y a todas por nuestros orígenes más radicales, somos seres humanos. Lo religioso es lo particular, es lo que diferencia y, a veces, divide.

Lo propio de una sociedad laica viene dado por leyes laicas, como la Ley de libertad de conciencia  (no sólo una Ley de Libertad religiosa, de 1980) que sitúe en pie de igualdad a todas las creencias y convicciones, sean de origen religioso o no, que reconozca y respete la independencia y preeminencia del poder político y por tanto de lo público, lo que es de todos y todas, frente a lo que debe ejercitarse en el ámbito privado o particular de un grupo, que representan las religiones.
Una sociedad orientada por el laicismo. Entendemos el laicismo como lo define el Diccionario de la Real Academia: “Laicismo (de laico). Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa”. El laicismo es el pensamiento y la actuación orientados a la consecución y defensa del Estado Laico, de la Laicidad de sus Instituciones y de la actuación consecuente de los Cargos Públicos en el ejercicio de sus funciones. El laicismo es una posición política de reclamación del cumplimiento por parte del Estado de una nota esencial de la democracia y de los Derechos Humanos: la laicidad que es la Igualdad de los Individuos en el Derecho Fundamental a la Libertad de Conciencia.

 Lejos de sentir el laicismo como ajeno, deseamos que los ciudadanos y ciudadanas perciban que con su defensa lo que está en juego es la calidad de nuestra convivencia democrática, el fomento del  pluralismo ideológico y nuestra propia condición de ciudadanas y ciudadanos libres e iguales en derechos.
Una sociedad de verdad laica  requiere un sistema de educación laico, es decir, una Escuela Pública laica en la que no se adoctrine en ninguna confesión religiosa, ni haya profesores de religión, tanto en centros de titularidad pública como en los concertados.

 Requiere la supresión de símbolos religiosos (crucifijos, Biblia…) en edificios públicos: Congreso, Ayuntamientos, Escuelas, Ministerios, Hospitales, Cárceles, etc.; Que no haya funerales de Estado por los muertos en acto de servicio militar; Que ninguna autoridad civil o militar presida actos públicos religiosos: procesiones, funerales, bodas, etc. Que las noticias referentes a procesiones católicas de Semana Santa, actos del Papa como misas en el Vaticano, bendición Urbi et Orbi, etc. no ocupen más espacio en los Medios de Comunicación públicos que cualquier otra noticia de carácter cultural, etc.. Exige revisar el calendario de fiestas, en su mayoría de origen religioso pero con efectos civiles, de santos patronos, “Semana Santa” (¿por qué santa?), Ramadán,  etc.


En definitiva exige un respeto para todo lo público, de modo que el tratamiento público de  todo hecho religioso sea equitativo, con el trato que se dispensa al  resto de la ciudadanía.