José María
García-Mauriño
3 de Marzo de 2015
La
democracia para ser auténtica, tiene que ser subversiva. Sin laicidad no hay
democracia La laicidad es un elemento definitivo en una democracia. En nuestro
país, la laicidad tendría que subvertir el orden establecido para llegar a una
democracia verdadera. Subvertir, soliviantar, significa mover el ánimo de la
gente para inducirle a adoptar una actitud rebelde u hostil en orden a cambiar
el orden público y moral, dice el Diccionario de Lengua. Hay mucho que cambiar,
porque la democracia parlamentaria establecida tiene dos serias
contradicciones. Por un lado, ha
establecido que “ninguna religión tendrá
carácter estatal” (Art,, 16,3 de nuestra Constitución) y por otro, a renglón
seguido, afirma que “mantendrá relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las
demás confesiones”. Además, por si fuera poco, mantiene unos “Acuerdos Santa Sede Estado
español” que otorga enormes privilegios
a la Iglesia Católica
(BOE 3 de enero de 1978). Mientras no seamos capaces de solucionar estas dos
contradicciones, no es posible una verdadera Democracia.
Un principio básico de
toda Democracia es la igualdad: Y cuando se privilegia a unos al margen de
otros, estamos dañando seriamente este orden democrático. Podemos definir la
igualdad en términos abstractos y universales.
Una formulación que es
totalmente necesaria para hablar un mismo lenguaje y poder entendernos: Se
pueden ver los arts 1 y 7 de los Derechos Humanos. El art. 14 de la Const. española. Para que
haya una verdadera democracia es necesaria la existencia de un Estado laico en
una sociedad laica.
Construir una sociedad laica y consolidar un Estado
laico es el reto de una ciudadanía adulta. Buscamos dos cosas claras: un Estado que sea de verdad
laico, y una Sociedad que entre en un proceso auténticamente secular, laico.
1º) Un
Estado laico
El Estado laico tiene un fundamento jurídico: En nuestro país, el Estado es formalmente
aconfesional y por tanto laico. Está claramente expresado en el Art 16,3 de la Constitución de 1978:
“ninguna confesión tendrá carácter
estatal”. Un Estado laico, claramente a-confesional, quiere decir que ni en
sus instituciones, ni en su legislación, ni en sus manifestaciones culturales y
políticas, se doblega ante credos o
éticas exclusivamente religiosas.
Sin embargo, ese principio constitucional se viola sistemáticamente porque el Estado sigue reconociendo privilegios a la Iglesia Católica en función
de los Acuerdos Santa Sede-Estado
español de 1979. Estos Acuerdos, que son de dudosa validez jurídica, por ser
pre-constitucionales, siguen vigente a día de hoy. Y además, según voces
autorizadas, la Santa Sede
no es un sujeto competente para firmar un tratado internacional, capaz de regular las relaciones entre dos Estados soberanos.
Estos acuerdos otorgan a la Iglesia católica una serie
de privilegios que no tiene ninguna otra religión. No se puede decir, por tanto, que el Estado
sea neutral, sino que favorece
colmadamente a la
Iglesia católica, discriminando a las demás. Es una incoherencia jurídica y política
mantener estos Acuerdos.
Son suficientes los 30 años de Constitución y de los Acuerdos para empezar a
revisarlos, modificarlos y liberarnos de esa mentalidad propia del Nacional-catolicismo, del franquismo, de la que
están empapados esos Acuerdos. Este sistema
político-religioso fue el que marcó la vida de los españoles durante 40 años, y
todavía sigue vigente en amplios sectores de la sociedad civil.
El
Estado es el único organizador y gestor de la vida política y social, de los
individuos y de las comunidades y asociaciones que estos constituyan –como la Iglesia Católica-.
Es gestor en igualdad de condiciones de toda la ciudadanía, del máximo de
libertades, según la conciencia de cada ciudadano o ciudadana; pero todos como
particulares, y sometidos a las leyes generales comunes.
Además, no sólo hablamos de neutralidad del Estado
frente a las religiones, sino también frente a las cosmovisiones de los no creyentes, agnósticos y ateos que tienen
planteamientos no religiosos. Aquí se evidencia,
sobre todo, la laicidad del Estado. Y es fácil
observar cómo nuestro Estado se ha traicionado a sí mismo, no se ha
tomado en serio su propia laicidad.
A qué esperamos para tener un Estatuto de Laicidad del
Estado? El principio de laicidad nos dice que no se puede financiar con dinero
público un bien religioso particular, privado, como si fuera un bien público,
propio del Estado, como es la
Iglesia católica.
Somos adultos y la sociedad es lo suficientemente adulta como para sacar las consecuencias de esta laicidad del
Estado.
2º) Una
sociedad secular, laica:
En rigor no se puede decir
que una sociedad sea laica o deje de serla. La sociedad es un mosaico de
individuos y de pueblos, de comunidades,
diferentes en sus creencias, y convicciones, que pueden ser
confesionales o no; unos y otras siempre como particulares, nunca como públicas.
Pero, sí podemos afirmar que la mayoría de hombres y
mujeres que conforman la sociedad
española, se va caracterizando por la independencia
y autonomía de cualquier tutela religiosa. Es decir, se trata de construir la Historia sin acudir a la
religión. Queremos una sociedad que sea de verdad independiente de toda tutela
religiosa, pero no contraria a la
religión. La laicidad respeta profundamente el derecho a la libertad de
pensamiento, de conciencia y de libre creencia La sociedad vive hoy cambios muy
profundos y seguimos viviendo un proceso de secularización que es
imparable.
Vamos caminando hacia una sociedad laica, de ninguna
manera en contra de ninguna religión, sino creando una sociedad civil
independiente y respetuosa con lo religioso. Pero, también respetuosa con lo no religioso, con los
ateos, agnósticos o indiferentes. Caminar significa que la sociedad avanza, que
no es inmovilista, que no está atada a esquemas religiosos obsoletos. Una
sociedad que va madurando, que para andar no necesita las muletas de lo
religioso, que va saliendo del infantilismo hacia una madurez cívica. ¿O acaso
no aceptamos todavía el espíritu de la Ilustración ? Kant
(siglo XVIII) decía que esta etapa histórica consiste en el hecho por el
cual el hombre y la mujer salen de la minoría de edad y llegan a la mayoría de edad.
Apostamos por una sociedad en la que se pueda vivir de verdad como personas laicas, asumiendo que todos y todas somos
ciudadanos y no súbditos, y por tanto, no queremos volver a someternos a ese
catolicismo en el que el Estado vertebraba la sociedad con las normas impuestas
y emanadas de la Iglesia
católica, tanto en la escuela, como
en la economía, o en las expresiones públicas de la fe católica.
El laico no se define por
oposición a clérigo; esto es una distinción
clerical. Las personas laicas pertenecen a la ciudadanía de a pie. Y lo laico es aquello en lo que coincidimos
todos los Seres humanos, es lo más universal y propio de cualquier sociedad, es
lo común. Lo laico es lo que iguala a
todos y a todas por nuestros orígenes más radicales, somos seres humanos. Lo
religioso es lo particular, es lo que diferencia y, a
veces, divide.
Lo propio de una
sociedad laica viene dado por leyes
laicas, como la Ley
de libertad de conciencia (no sólo una
Ley de Libertad religiosa, de 1980) que sitúe en pie
de igualdad a todas las creencias y convicciones, sean de origen religioso o no,
que reconozca y respete la independencia y preeminencia del poder político y
por tanto de lo público, lo que es de todos y todas, frente a lo que debe
ejercitarse en el ámbito privado o particular de un grupo, que representan las
religiones.
Una sociedad orientada por
el laicismo. Entendemos el laicismo como lo define el Diccionario
de la Real Academia :
“Laicismo (de laico). Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad,
y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o
confesión religiosa”. El
laicismo es el pensamiento y la actuación orientados a la consecución y defensa
del Estado Laico, de la
Laicidad de sus Instituciones y de la actuación consecuente
de los Cargos Públicos en el ejercicio de sus funciones. El laicismo es una
posición política de reclamación del cumplimiento por parte del Estado de una
nota esencial de la democracia y de los Derechos Humanos: la laicidad que es la Igualdad de los
Individuos en el Derecho Fundamental a la Libertad de Conciencia.
Lejos de sentir el
laicismo como ajeno, deseamos que los ciudadanos y ciudadanas perciban que con
su defensa lo que está en juego es la calidad de nuestra convivencia
democrática, el fomento del pluralismo
ideológico y nuestra propia condición de ciudadanas y ciudadanos libres e
iguales en derechos.
Una sociedad de
verdad laica requiere un sistema de educación
laico, es decir, una Escuela Pública laica en la que no se adoctrine en ninguna confesión religiosa, ni haya
profesores de religión, tanto en centros de titularidad
pública como en los concertados.
Requiere la supresión de símbolos religiosos (crucifijos, Biblia…) en
edificios públicos: Congreso, Ayuntamientos, Escuelas, Ministerios, Hospitales,
Cárceles, etc.; Que no haya funerales de Estado por los muertos en acto de
servicio militar; Que ninguna autoridad civil o militar
presida actos públicos religiosos: procesiones, funerales, bodas, etc. Que las noticias referentes a procesiones católicas de
Semana Santa, actos del Papa como misas en el Vaticano, bendición Urbi et Orbi,
etc. no ocupen más espacio en los Medios de Comunicación públicos que cualquier
otra noticia de carácter cultural, etc.. Exige revisar el calendario de
fiestas, en su mayoría de origen religioso pero con efectos civiles, de santos
patronos, “Semana Santa” (¿por qué santa?), Ramadán, etc.
En definitiva exige un respeto para todo
lo público, de modo que el tratamiento público de todo hecho religioso sea equitativo, con el trato
que se dispensa al resto de la
ciudadanía.