José María García Mauriño
Enero de 2016
Por
una parte, todos sabemos que a cada
cultura le corresponde una religión. Y a la cultura occidental, le correspondió
la religión cristiana, en su amplia gama de católicos, protestantes, anglicanos,
luteranos, calvinistas, etc. Y estas creencias siempre han tenido problemas con
la ciencia. La relación entre ciencia y fe siempre ha sido problemática. En la
actualidad, la ciencia moderna, la cosmología, ha puesto en tela de juicio una
serie de afirmaciones que eran tenidas como verdades reveladas y resulta que no
lo son. En los últimos tres siglos, el avance
científico ha sido espectacular, y la antigua cosmovisión religiosa, a base de
retroceder y retroceder, ha acabado saltando hecha pedazos.
Por otra parte, desde los
inicios de la Filosofía griega, sabemos que se han estudiado en profundidad los
temas del Mundo, el Ser Humano, (SH en adelante), y Dios. La relación que se da entre ellos ha
atravesado toda la Historia de la Filosofía occidental. Vamos a ver cómo se
relacionan estos tres temas, Mundo, Dios y SH
en una problemática teológica que los envuelven. Tratamos de ver cómo la
ciencia, la razón, descubre una serie de errores que se tomaban como verdades propias
de la fe católica.
Todos o casi
todos los errores de la teología
católica, referentes al Mundo y al SH, estriban en la afirmación de que Dios
creó el mundo de la nada. Lo creó en 6 días y puso en el centro del Mundo al Ser
Humano como centro del universo. Esta es la primera relación entre Dios, el Mundo y el SH.
1)
Dios
no creó el Mundo, el Mundo es el producto de una explosión, que los científicos
llaman el Big-Bag. En la cosmología moderna, el origen del Universo es el
instante en que apareció toda la materia y la energía
que existe actualmente en el Universo como consecuencia de una gran explosión. La
postulación denominada Teoría del Big Bang
es abiertamente aceptada por la ciencia en nuestros días y conlleva que
el Universo podría haberse originado hace unos 13.761 millones de años, en un
instante definido.
2)
No hay un solo
Mundo, puede haber varios. Durante milenios, los humanos, en la mayor parte de
nuestras culturas y religiones, hemos pensado no sólo que éramos el centro,
sino que éramos únicos. Este mundo, nuestro mundo, era «la» creación de Dios, la
niña de sus ojos, la obra de sus manos, y no había más. Por suponer que había otros mundos, y tal vez otros
universos, la Congregación para la Doctrina de la Fe (entonces llamada Sagrada
Inquisición) quemó vivo a Giordano Bruno, (1548-1600) en la Piazza dei Fiori de
Roma, y arrojó sus cenizas al Tíber. La unicidad del mundo, formaba parte de
ese plan de Dios que nos creó y nos redimió, fue un supuesto básico,
aparentemente evidente, e impuesto a sangre y fuego.
3)
La nueva cosmología ha superado la unicidad del mundo humano. El mundo
no es así, no es “único”. Nuestra Tierra no es sino un planeta más del sistema
solar, y el Sol no es más que una de tantos millones de millones de estrellas.
El uni–verso quizá no es tal; hace tiempo que hay científicos que intuyen que
tal vez sea un multi–verso.:En 2014 ya estamos llegando a los 1500 planetas.
Sabemos que tal vez serán trillones. Muchos de ellos capaces de albergar la
vida. ¿Será una vida como la de nuestro planeta? ¿Habrá en ellos vida animal,
vida humana, vida inteligente, vida espiritual...? Una cosa parece clara:: este
planeta nuestro no es «el plan de Dios» concreto que siempre estuvimos pensando
que era.
4)
El SH no proviene
de una sola pareja, Adan y Eva, que nunca existieron, sino de una serie de células
vivas. La nueva cosmología cree ya saber que no somos descendientes de una primera pareja, de los llamados nuestros primeros padres. No hubo
tal pareja. La idea de una pareja primordial es una imagen mítica, muy
sugerente, que vehicula la idea de la creación divina del ser humano, pero no
se corresponde en absoluto con las evidencias de la ciencia actual. Aunque
desde siempre nos ha parecido un dato esencial de la fe judeocristiana (todavía
Pío XII advertía a los científicos que no podían poner en duda el monogenismo,
porque, por la fe, el judeocristianismo «sabía» que procedemos de una única
primera pareja), la ciencia sabe que la evolución biológica de la que somos
resultado todos los seres vivos de este planeta no procede de ese modo.
5)
No hay
pecado original, si no hubo primeros padres, si
consecuentemente no hubo un pecado primordial contaminante de toda la
humanidad, ni hizo falta expiar un
pecado original que no existió. Tampoco hace falta un Bautismo, que no tiene
que “lavar” ninguna mancha de un pecado que ningún niño cometió.
6)
La nueva cosmología y las ciencias de la vida
en general denuncian el llamado especismo, el abuso de poder
perpetrado por la especie humana el homo sapiens, según la cual esa
especie, la especie humana, se
autoproclama la dueña del mundo, el «fin de la creación», con derecho a
utilizar todo el cosmos como «recursos» a su servicio El homo sapiens no
tiene derecho a someter cruelmente a las otras especies, a intervenir y
degradar ambientes que son el nicho ecológico de infinidad de otras especies. Esto, que hoy a la ciencia le parece
claramente un error sobre el mundo, el homo sapiens lo ha racionalizado en la
mayor parte de las culturas mediante una ideología religiosa: serían los dioses
mismos quienes habrían creado la naturaleza para servicio del ser humano,
confiándosela bajo su autoridad absoluta. El ser humano sería el rey de la
creación, dueño del mundo, por ser lugarteniente de Dios y haber recibido el
mandato de dominarlo. Nada de dominio, el cuidado de todo ser vivo, formando
una unidad viva, del SH con el planeta y todos los seres vivos.
7)
No
hemos sido hechos a Imagen y semejanza de Dios, somos Tierra. No es verdad que fuimos creados «a imagen y semejanza de
Dios», a diferencia de los demás seres vivos, que habrían sido creados sin esa
pretensión de ser «hijos de Dios» (algo más que simples creaturas). No fuimos
creados aparte, en un «sexto día»; no
hubo un tal sexto día, sólo para nosotros. Porque en realidad ni siquiera
fuimos creados, un día, y de la nada. Somos una especie que, como todas,
proviene de otras, que a su vez provienen de otras más antiguas... que empalman
con los primeros seres vivos en esta Tierra, las bacterias, de hace unos 3.500
millones de años. La nueva
cosmología piensa que todas las formas de vida de este planeta, en realidad
forman una unidad: son la misma Vida.
8)
La nueva cosmología subraya nuestro carácter
radicalmente terrestre, telúrico: somos Tierra. No somos espíritus
inmateriales, o almas (entelequias metafísicas o sobrenaturales), «venidos a
este mundo», como desde fuera, o desde la mente de Dios, al margen de la
Tierra. No hemos sido puestos en el mundo por una mano ajena al mundo. Hemos
surgido de él. Somos la flor (tal vez) del proceso evolutivo de la vida que se
ha dado en este planeta. Por eso... somos tierra, ¡la Tierra!, que en nosotros
ha llegado a tener conciencia, a reflexionar, a amar, a contemplar... Los seres
humanos no seríamos en realidad de este mundo, sino de otro, del mundo
superior, del de los dioses... Seríamos «hijos del cielo», no de la Tierra,
caídos accidentalmente en este mundo, pero debiéndonos sentir siempre como ciudadanos
del cielo, peregrinos en patria extraña, siempre ansiando liberarnos de las
ataduras de este mundo para llegar un día a nuestro destino celestial. Este
error sobre el mundo repercutió en un error sobre la espiritualidad: se lo
percibió como llamándonos siempre a la renuncia respecto a todo lo material, a
la superación de los afanes mundanos (la huida del mundo, el desprecio de todo
lo “mundano”, el mortificarse, ir contra los propios instintos, etc), a una
espiritualización y una divinización entendidas como huida de la materia, del
mundo, de la carne, de las preocupaciones materiales, demasiado
humanas...
9)
Finalmente, se podrían resumir este elenco de errores en dos grupos
de errores que detallamos a continuación: el geocentrismo y el antropocentrismo.
El primero, el geocentrismo
El conflicto con Galileo
Galilei (1564 – 1642) fue un conflicto emblemático entre la ciencia y la fe.
Galileo, con el telescopio que él perfeccionó, observó que era el Sol el que
estaba en el centro. Nosotros, el SH, sobre la Tierra, estaríamos dando vueltas
alrededor del Sol. La Tierra dejaba de ser el centro del cosmos, el centro en
torno al cual giraba toda la realidad. El ser humano, la niña de los ojos de
Dios, la razón de la creación misma y de la historia, no estaba en el centro
del mundo. Hoy nos parece casi evidente, pero entonces no pudieron aceptarlo
muchos científicos compañeros de Galileo, ni tampoco las Iglesias. Las Iglesias
no se oponían propiamente a una verdad meramente científica, sino a un cambio
de perspectiva que ponía gravemente en tela de juicio lo que desde siempre se
había pensado sobre Dios. Hasta
entonces era tenido por evidente que el ser humano era la razón por la que Dios
creó el mundo, y que por tanto todo el cosmos giraba en torno a este ser
humano, y en torno a su hogar, la Tierra. Decir que ésta no era el centro de la
realidad venía a decir que los planes de Dios no eran como los pensábamos, o
que el ser humano no parecería ser la razón central del cosmos. La Religión Católica
necesitó casi tres siglos para aceptarlo. Los cristianos acabaron pensando que,
efectivamente, la Tierra gira alrededor del Sol, y que no es el centro
geométrico del sistema solar. La costumbre percibe que el sol “sale” por la
mañana y se “pone” por la tarde. Pero, es solo una percepción visual carente de
base científica.
Segundo: el
antropocentrismo:
Más difícil que la del geocentrismo iba a ser la superación del
antropocentrismo, superación que, en realidad, todavía no se ha dado; apenas se
está iniciando. Podemos decir que, desde hace tiempo, éste es un descubrimiento
claro de la nueva cosmología: el ser humano (no ya la Tierra) no es el centro
del cosmos, como casi todas las religiones han pensado –o como han creído
escucharlo en sus respectivas revelaciones divinas–. Eso ha sido –nos dice la
nueva cosmología– un «error sobre el
mundo». El mundo no es antropocéntrico. Nosotros no somos su centro. Ni ha sido
«creado para nosotros». Y esto, la nueva visión cosmológica, la nueva ecología, lo puede desglosar en varias
perspectivas, aplicadas, más detalladas: Lo hemos detallado en la serie de
errores referidos al SH.
Algunas conclusiones: nueva
escala de valores
El creyente ve la relación de esta trilogía, Dios, Mundo y SH,
propia de los filósofos griegos, que cambia de sentido al ver los errores que
descubre la ciencia, No es primero Dios, luego el SH y finalmente el Mundo. Es
todo lo contrario: lo primero de todo el cuidado del Mundo, del Planeta Tierra,
cuidado con el cambio climático. Después, lo colectivo, el cuidado de la gran
familia humana, los 7.200 millones de SH que sencillamente puedan vivir en esta
tierra. El SH no “está” en la tierra, sino que “vive” conjuntamente en un todo
orgánico, vivo y armonioso con el Planeta. Y por último, la persona como ser
individual, con los mismos derechos el hombre que la mujer.
La intervención de Dios en la Historia, no es la de un Dios
todopoderoso que ejerce su dominio sobre todo el universo, el dios propio de
los dioses del Olimpo griego, sino que se trata de la intervención del Dios de
Jesús, que es un Dios Padre, dador de
vida, que interviene en la Historia, cuidando de todos los seres del Mundo, a
toda clase de vida que existe en el Planeta..
Otra
consideración importante es la del reconocimiento de la ciencia que desbarata
la rigidez de la teología católica tradicional. Las instituciones religiosas
parecen incapaces de modificar sus creencias, a pesar de que está tan claro que
esa rigidez, ese inmovilismo, no existe más que en sus declaraciones más o
menos dogmáticas, pues la historia demuestra la constante evolución de las
religiones, su sincretismo, sus cambios, sus acomodaciones a los cambios
científicos, filosóficos e históricos... En el corto plazo las religiones se
resisten a los cambios, tienen pánico a reelaborar el patrimonio simbólico que
heredaron. Están cautivas de una epistemología inmovilista, agravada por la
convicción de ser «depositarias de la Revelación». Esperamos que la aportación
de la ciencia, la moderna cosmología, la asuma la teología católica, como una
parte esencial del dato de la evolución del cosmos, de la vida, de la que
formamos parte.
Los nuevos creyentes
En la cosmovisión que la nueva cosmología está
extendiendo irreversiblemente sobre la sociedad humana –conocida ya hasta por
los niños en edad escolar y por la población más alejada de los medios
académicos-, el viejo relato de las religiones y del judeocristianismo en
concreto ya no resulta aceptable para la sociedad culta de
hoy. Sólo puede pervivir en creyentes atrasados en su formación, o creyentes
cultos que aceptan vivir escindidos esquizofrénicamente en su espiritualidad.
Mirado desde la sociedad, podríamos decir que hoy sólo pueden «creer» el relato
bíblico-eclesiástico los desinformados, o los que no quieren informarse. Es urgente
hacer algo. Pero, tal vez no se trata sin más de traducir el viejo relato del
Génesis al nuevo contexto, ni de ponernos a crear un relato nuevo; se trata más
bien de asumir el relato que el mismo cosmos evolutivo está revelando a la
ciencia actual, a la nueva cosmología (sin idolatrarlo ahora, sin convertirlo una
vez más en un dogma, sin dejar de reconocer la provisionalidad permanente de
nuestra percepción del mismo...), y dejar fluir ante él nuestro sentimiento
religioso ante el misterio, nuestra experiencia espiritual cósmica... Sin duda
el nuevo relato cosmológico es lo que más está empezando a transformar
actualmente la conciencia de la humanidad. Una conciencia planetaria. Es
posible que vaya a ocurrir otro tanto en lo religioso y lo teológico, pero en
los ámbitos teológicos y espirituales, hoy por hoy, no se percibe el potencial
revolucionario de este nuevo esquema ecológico; se va a tomar como un resabio
de la vieja mentalidad, se piensa que este tema «no es religioso ni espiritual,
sino científico». Ya se desengañarán…