sábado, 4 de junio de 2016
ELECCIONES, JUNIO 2016
No se trata de “votar”, de echar la papeleta
en la urna, sino de elegir un programa
de gobierno
No se trata de votar a un partido o
coalición, sino de elegir un programa de gobierno.
Para eso, hay que enterarse cuál es el
programa de gobierno que se parece más al que cada uno, cada una, desea. O cuál
es el programa de gobierno que necesita el país para sacarnos de este
atolladero.
Se trata de elegir un gobierno que sea capaz
de gobernar la vida de 47 millones de españoles, que sea capaz de crear
condiciones de vida digna para todos y todas,
no de elegir lo mejor para los intereses y los negocios de las clases
pudientes y adineradas. Es nada menos que la voluntad del pueblo, según el art.
21 de los DH. . “La voluntad
del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se
expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse
periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro
procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto”. (Art. 23 de la Constitución).
Decía Platón (filósofo griego del siglo IV
a.c.) “el poder crea leyes que hacen
creer que son para todos”. Y Sócrates: “el poder no puede cumplir las leyes que
él misma ha creado”.
La situación del país es parte de la situación del mundo. En
el mundo manda el imperialismo y en España también. Solo 62 personas tienen tanta riqueza como la mitad de la humanidad,
en concreto, 3.580, millones de Seres Humanos. En España, más de 3 millones de
personas de las clases medias han bajado a ser clases bajas a causa de esta
crisis-estafa. El 22,5 % de la población está en riesgo de pobreza, o sea, 10
millones y medio de personas al borde de la pobreza severa. (INE Mayo 2016).
¿Dónde queda esa pretendida “recuperación”
económica?
El
paro, la exclusión social, la precariedad, la pobreza, son los temas de
mayor gravedad. Junto con la Ley mordaza, la LOMCE de la enseñanza, la ley electoral, la ley laboral, etc. Todo
queda bajo el epígrafe de una colosal desigualdad, de tipo económico, político,
social, laboral y cultural.
El aumento de las desigualdades, de la
pobreza y de la exclusión social en la Comunidad de Madrid es evidente, 927.177
personas (casi el 15% de las personas madrileñas) viven en la pobreza. Siendo 200.000 las familias con
todos los miembros en paro. De
ellas 300.000 personas padecen privación material severa, y 242.000 menores de
18 años, cerca de uno de cada tres niños y niñas crecen en la pobreza en
Madrid. (Caritas Mayo 2016)
Este es el “régimen” en el que estamos
metidos.
3.- El régimen está en crisis
La crisis del régimen que asola nuestro
sistema político encuentra su origen en las dificultades de la oligarquía para
gestionar la crisis económica y sus efectos. El desprestigio de las
instituciones políticas, desde el Congreso hasta los partidos políticos, está
vinculado a la pérdida de legitimidad de quienes han gobernado y dirigido
nuestro país durante las últimas décadas. Incapaces de convencer, han tenido
que recurrir a la coerción y la represión para mantener el orden -la ley
mordaza o la reforma del código penal son expresiones características de ello.
España no es una verdadera democracia,
aunque celebre elecciones. Tiene comportamientos propios de una dictadura.
Podemos llamarlo “régimen”. El régimen español. O sin medias tintas: la
dictadura española. El partido gobernante, heredero del franquismo, ganó unas
elecciones avaladas internacionalmente y reconocidas por la oposición, pero
tras su victoria ha estado violando
sistemáticamente los derechos humanos: pobreza, paro, desahucios, malnutrición
infantil, gente pasando frío y buscando comida en contenedores. También los
derechos políticos: ley mordaza, abusos policiales, palizas y disparos que
dejan manifestantes tuertos, activistas sociales detenidos y numerosos presos
políticos (sindicalistas, huelguistas, independentistas vascos o catalanes) Como
toda dictadura, España tiene un régimen corrupto: el partido gobernante ha
saqueado regiones y ayuntamientos, y evadido millones al extranjero. La
Justicia, controlada por el gobierno, intenta mantener una apariencia de
independencia, pero la norma es la impunidad.
Efectivamente, la ciudadanía ya no cree con la
misma convicción en las instituciones que hasta ahora han enmarcado la vida
social y política de nuestro país. Pero no es una simple cuestión de relato, fe
o concepción del mundo. Hay algo más profundo: el agotamiento de las formas con
las que la oligarquía de nuestro país se articulaba para garantizar la
acumulación de capital, es decir, la buena marcha de la economía.
Bajo el modelo de especulación y pelotazo inmobiliario las grandes empresas y
grandes fortunas de nuestro país habían casado sus intereses con una élite
política corrupta y clientelar,. La profundidad de la crisis económica ha
deshecho esa red de intereses, levantando al mismo tiempo una polvareda de
casos de corrupción y estafa por todas partes del territorio español.
En ese marco de contención de toda protesta
popular, el hecho que empiecen a aparecer partidos no completamente alineados
con la lógica del capital dominante, con propuestas de gobierno que se atrevan
a levantar (un poco) la voz contra el amo imperial, ya es un peligro en este
cuadro de situación. Ninguno de los gobiernos que recorrieron Latinoamérica en
estas últimas décadas con talantes más o menos “progresistas” (esa palabra
confusa que da para todo, aunque nunca se especifique qué es), se propusieron
cambios estructurales profundos. Es posible que tampoco en España los partidos “emergentes”
pretendan esos cambios.
4.-La crisis
de régimen se resolverá con ruptura o reforma
El dilema
fundamental se centra entre ruptura o reforma. Entre una reforma encaminada a hacer los cambios necesarios para reajustar
el Estado a las nuevas necesidades de la acumulación de capital, coincidente
con los intereses de las grandes empresas y grandes fortunas, y una ruptura que plantee una alternativa al sistema político y al
régimen de acumulación, coincidente con las necesidades objetivas de las clases
populares. Se observa que la disyuntiva no es entre un Gobierno de cambio y
otro que no lo sea; todos los Gobiernos y alternativas son de cambio. Un
proceso político de restauración o reforma es precisamente eso: la salida de la
crisis de régimen con un Estado rearticulado, legitimado y funcional a la
acumulación de capital en su nuevo tipo.
Las grandes empresas y las grandes fortunas,
cuyos beneficios están en juego, han suscrito una hoja de ruta –la de las
reformas estructurales neoliberales- que tiene como objetivo recuperar la
acumulación de capital sobre la base del incremento de la explotación laboral y
la pérdida de derechos sociales. Otra vuelta de tuerca: más privatizaciones,
más recortes, más flexibilidad, más desigualdad. Ahora bien, la economía no
opera en el vacío, sino en instituciones políticas, que están cada vez más al
servicio del gran capital.
Hay tres partidos políticos -PP, Ciudadanos
y PSOE- que agitan ahora la bandera del anticomunismo con objeto de atacar
las posiciones políticas de la alianza entre Podemos, IU y las confluencias.
Suena a burda y recurrente esta maniobra para usar el miedo como arma
electoral, pero esta vuelta a las viejas consignas reaccionarias no deja de ser
sintomática.
Dice el catedrático de Literatura Juan
Carlos Rodríguez que «lo que debería resultar más sorprendente es sin embargo
lo que menos sorprende». Se refiere al hecho de que deberíamos asombrarnos ante
un sistema que es capaz de dejar sin trabajo a más de un millón y medio de
hogares y sin vivienda a centenares de miles de familias, por citar dos
ejemplos. Sin embargo, hemos naturalizado esos dramas estructurales. Decimos la vida es así y seguimos a otras
cosas. Pero no es la vida, sino esta vida. Concretamente esta vida bajo el capitalismo. Bajo
un sistema regido por un principio básico de maximización de ganancias y que
mercantiliza todo a su paso, desde los objetos hasta los seres vivos y los
recursos naturales. Un sistema, llamado capitalismo, que nos esclaviza a un
nuevo Dios llamado mercado que opera con
caprichosos y cambiantes deseos de rentabilidad.
Este es el asunto más incontestable acerca
de la actualidad del comunismo. Allá donde haya explotación, habrá lucha, y
donde haya opresión, habrá resistencia. No importarán las etiquetas, ni tampoco
la diversidad de los sujetos. Allá donde la explotación derive en miseria,
desigualdad, desahucios, carencias básicas y otros obstáculos para el
desarrollo de una vida en libertad, habrá contestación. En breve, siempre que
hay capitalismo, habrá una especie de socialismo como alternativa. Esto es
inevitable, llámese como se quiera.
Los partidarios del proceso de restauración
o reforma tratan de convencer a las clases populares de la necesidad de que se
resignen ante su nueva situación o incluso para que sigan confiando en un
porvenir mejor. Mientras eso sucede emergen distintas opciones de ruptura cuyo
mensaje político está basado siempre en la protección de las clases populares.
Pero la sustancia política es muy diferente si esa opción procede de la derecha
o de la izquierda. Del primer tipo estamos viendo un crecimiento espectacular
en toda Europa con la proliferación de partidos populistas de ultraderecha, xenófobo
y fascistas. Del segundo tipo hemos visto procesos esperanzadores en el
mediterráneo, especialmente en Grecia y España. Esta es, sin duda, la batalla
política más inmediata: la de la representación política de las clases
populares.
Con ese caballito de batalla de la
corrupción, los partidos que se presentan como no adictos al régimen, como “díscolos”,
comienzan a ser bombardeados, perseguidos, hasta que la política de
acorralamiento da sus resultados. ¿Alguien se podrá creer todo este montaje? No
importa si el hecho en sí mismo es real o no. En la guerra (y esto es una
guerra, absolutamente, sin miramientos: ¿quién dijo que ya han terminado las luchas de clases?) la
primera víctima es la verdad. Estamos en guerra, una guerra imperialista que
trata de dominar el mundo mediante la acumulación imparable del capital. La
verdad es que seguimos en guerra y que la corrupción es una tapadera del
Capitalismo puro y duro. La corrupción es, al menos hoy día, algo absolutamente
“normal” en las prácticas humanas, propias del sistema. Para un cambio verdadero,
el auténtico enemigo a vencer no es la corrupción, sino la injusticia.
Los “Papeles de Panamá” intentan ser como
una demostración de ese nuevo “espíritu de transparencia” que ahora pareciera
derramarse sobre el continente, con Washington a la cabeza liderando esa “lucha
titánica”, ayudando a nuestras “atribuladas” sociedades a salir de ese cáncer
putrefacto.
Seguimos pensando que un cambio real es algo
más que un cambio de formas más o menos cosmético, algo más que repartir con
alguna equidad las migajas que no consumen los sectores acomodados; estos pasos
tibios son apenas una puerta de entrada. Si pensamos que la dignificación del
ser humano es algo más que cobrar un salario “decente”, hagamos nuestra aquella
máxima del Mayo Francés de 1968 que reclamaba: “Seamos realistas: pidamos lo
imposible”.
Estos partidos de centro-izquierda caen, en
definitiva, porque no tienen la más mínima posibilidad de imponerse. Y más
temprano que tarde, el sistema tiene medios cómo sacudírselos de encima, con
este nuevo ardid de la lucha contra la corrupción. Por eso, repito, para un cambio
de verdad, genuino, el auténtico enemigo a vencer no es la corrupción, sino la
injusticia.
8.-Las últimas medidas no son suficientes
Las medidas que se han
adoptado en España, como pueden ser los recortes o ajustes estructurales, no
han permitido resolver la fragilidad sistémica de la banca internacional, ni
recuperar la estabilidad económica, ni crear suficiente empleo ni mejorar las
condiciones de vida de toda la población. Todo lo contrario, después de casi
nueve años de crisis, la economía mundial vive bajo la amenaza de nuevos
latigazos financieros y con la actividad económica bajo mínimos, por no hablar
de la crisis ambiental y de la social en muchos países como consecuencia de la
situación económica tan precaria.
Los organismos que impulsaron
políticas de austeridad que simplemente buscaban concentrar el ingreso en los
niveles de renta y riqueza más elevada, han conseguido sus objetivos, pero a
costa de aumentar aún más la deuda y de no recuperar el empleo sino de
transformarlo en trabajo más precario y con menos derechos sociales asociados.
Los más honestos han tenido que reconocer que la justificación teórica que dieron
en su día ha resultado un verdadero fiasco.
“Ninguna Democracia ni gobierno electo es
perfecto, decía el premio Nóbel de la paz, Pérez Esquivel. Pero no podemos
permitir que grupos conspiradores violen la Constitución en nombre de su
defensa. Toda Democracia es perfectible si cuenta con participación social. Hoy
está en cuestionamiento la democracia delegativa, donde el pueblo vota, queda
por cuatro años en estado de indefensión, y los gobernantes hacen lo que
quieren y no lo que deben. El desafío actual es pasar de la democracia
representativa, a la democracia participativa, donde la sociedad decida sobre
los grandes problemas que afectan al país, en vez de los grandes núcleos de
poder económico internos y externos. A los pueblos de Nuestra América nos queda
la resistencia social, cultural y política para defender los derechos de todos,
incluidas nuestras democracias”.
(Pérez Esquivel, Premio Nóbel de la paz.
Mayo 2026)
N.B, La dictadura es una forma de gobierno
en la cual el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo o de
una élite, generalmente a través de la consolidación de un gobierno de facto,
que se caracteriza por una ausencia de división de poderes, una propensión a
ejercitar arbitrariamente el poder.
Hay dictaduras y dictaduras. No es
comparable la supuesta dictadura de Cuba o Venezuela, con la dictadura de
Pinochet en Chile, o la de Videla en Argentina, o la de Somoza en Nicaragua, o
la de Franco en España o la de Hitler en Alemania. Estas últimas fueron
terriblemente sangrientas, las otras no lo son.
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