José María García
Mauriño
12 de Diciembre de 2016
El problema consiste en no poder saber que hay en el
más allá, después de la muerte, si hay algo o no hay nada. Existen diferencias
entre ética y religión. Cuando digo religión, me refiero a la moral, que
propugna la jerarquía católica.; y es un
verdadero problema el establecer las fronteras entre una y otra. Las hipótesis
que se pueden dar son estas dos: Una, hay algo después de la
muerte. Dos, no hay nada después de la muerte. Tanto en una hipótesis como en otra, ¿se modifica la conducta personal
acá en la tierra, según crea que exista algo en un más allá, o no haya nada
después de la muerte? ¿Acaso mi conducta
depende de la creencia que tenga en el
más allá, si hay algo o no hay nada después de la muerte? El proceder bien o
proceder mal, aquí en la tierra, es lo propio de la ética laica. El plantear el
más allá es lo propio de la religión. Por otra parte, no es lo mismo ser
religioso que ser creyente. Lo propio de la Religión es esto: el ser humano /SH)
se somete, más o menos críticamente, a la religión elegida, no impuesta. La
religión católica, apostólica y romana, consiste en: creer, aceptar, dogmas,
moral, ritos y una organización jerárquica. Lo que propone esta moral católica,
es que hay que portarse bien, hay que sufrir en esta vida, porque luego nos
espera en el más allá. el cielo, el paraíso, Lo propio de la ética laica es
esto: el SH puede elegir los valores que
van a orientar su vida, que varían según las personas y la escala de valores
preferida, sin referencia en el más allá.
Lo propio del creyente, sin embargo, es tener fe en una persona, confíar en una
persona, en Jesús y su mensaje, no en verdades o dogmas. La fe, lo propio del
creyente, es algo más que practicar los ritos de la religión católica. Jesús no
fundó ninguna religión, pero nos enseñó unos comportamientos, una manera de
vivir la fe comprometida con los últimos de la sociedad que no tiene nada que
ver con las enseñanzas de la moral católica institucional, Y además, nos enseñó
a orar al Padre del cielo. La plegaria y la acción de gracias, son
consustanciales a la fe del creyente, algo que trasciende, que va más allá de
unos dogmas o de unos ritos, impuestos por la jerarquía. Lo básico de la fe cristiana
es el compromiso con los pobres. Lo propio de la religión son los dogmas y
ritos, como bautizos, bodas, misas, comuniones y funerales. Con esas prácticas
religiosas se cumple con la religión, tenga o no tenga fe.
En definitiva, es posible que se pueda vivir sin practicar
los ritos de la religión, incluso prescindiendo de los dogmas, pero ¿se puede
vivir honestamente sin conciencia ética, sin
preocuparse por los más débiles y excluidos de l a sociedad?
La
historia de las civilizaciones está plagada de costumbres que nos obligan a
sacrificarnos por lo que pueda haber tras la muerte. Hay creencias que incluso
obligan a tareas y conductas concretas, algunas realmente exigentes. Podríamos
pensar que estos comportamientos son propios de culturas pasadas. Sin embargo,
la religión protestante sigue considerando que el juicio final depende en gran
medida de lo que uno haya aportado a la sociedad en lo material y económico
durante la vida. En la católica, por su parte, se considera que los malos o
buenos comportamientos determinan en última instancia la salvación o condenación
de las personas.
Bajemos
la cuestión a la tierra. Repito, existen al menos dos posibilidades. Que tras
la muerte haya algo o que no haya nada. Veamos las conductas en cada caso. Establecer
relaciones causa- efecto entre vida presente y eventual vida futura allana el
camino a la manipulación.
Entre
aquellos que piensan que sí hay algo, lo interesante desde un punto de vista de
la conducta personal es que, por lo general, establecen una correlación entre
lo que encontrarán en el más allá y su comportamiento en el más acá.
Sistemáticamente se considera la vida una especie de prueba para determinar si
merecemos una existencia mejor, más larga o eterna. ¿Por qué? Establecer
relaciones causa-efecto entre vida presente y eventual vida futura allana el
camino a la manipulación del individuo.
Queda
una tercera hipótesis interesante. Se trata de creer ambas cosas al mismo
tiempo. Que hay algo en el más allá, y que no hay nada. ¿De qué serviría esto en
nuestro día a día? Probablemente, uno alcanza la máxima virtud cuando vive de
la misma forma tanto si cree que hay vida en el más allá y un Dios, supremo
juez de vivos y muertos, que le juzgará, como si piensa que no hay nada, que
uno cierra los ojos y se acabó la película, sin salvación ni condena. Si bajo
ambas premisas el comportamiento y valores con los que uno vive son los mismos,
esa persona estará actuando libre de coacción, manipulación, presunciones o
posibles falsas creencias. Y no está reñido con cualquier modo de vivir la fe.
Vivir hoy según la propia fe por lo que al presente le reporta, no por lo que
al futuro pueda suponerle. Lograrlo hace a una persona completamente dueña de
su libertad y la lleva a vivir una vida plena, sin importarle lo que vendrá, o
no vendrá, después. Alguno esgrimirá que en eso consiste la salvación. Puede
ser. No me lo planteo.
Es posible que se pueda vivir sin
religión, pero ¿se pueda vivir sin ética?
Con más frecuencia de la deseada tuvo que
escuchar el filósofo y matemático Bertrand
Russell la siguiente pregunta: “¿Qué le parece más importante, la ética o
la religión?”. Con su habitual desparpajo y contundencia, dejó caer la
siguiente respuesta: “He recorrido bastantes países pertenecientes a diversas
culturas; en ninguno de ellos me preguntaron por mi religión, pero en ninguno
de esos lugares me permitieron robar, matar, mentir o cometer actos
deshonestos”.
De esta forma tan gráfica defendía Russell una tesis a la que dedicó no
pocas energías: sin religión se puede
vivir; sin ética, no. No será difícil estar de acuerdo con él. Pero
probablemente él era consciente de que los mínimos éticos que señala —no matar,
no robar, no mentir, no cometer actos deshonestos— nos llegan, también, como
legado de grandes espíritus religiosos como Buda, Confucio, Moisés, Jesús o
Mahoma. Es decir: la ética y la religión han tendido a darse la mano, a caminar
juntas, a aunar esfuerzos. De hecho, el 83% de los seres humanos vincula su
quehacer ético con su pertenencia a alguna de las 10.000 religiones existentes
en nuestro planeta.
Las
grandes conquistas éticas de la modernidad se lograron a pesar de la oposición
de las iglesias. No es cierto que la
ética empiece allí donde termina la religión. Tradicionalmente hemos
responsabilizado a la ética del qué
debemos hacer y hemos reservado a la religión la
tarea de administrar el qué nos cabe esperar. Este es el
planteamiento de Kant, pero es
muy probable que tal división de tareas no sea pertinente. Lo que de veras
intentaron siempre tanto la ética como la religión fue presentar un cuadro
inteligible de la vida sobre la tierra. Las dos son las que pueden dar sentido
a la vida humana.
Ni la ética trata solo de la rectitud de
las acciones humanas, ni la religión se refiere únicamente a la relación de los
seres humanos con sus dioses. Ambas apuntan hacia una inteligibilidad más
global, más abarcadora. Ambas buscan, con similar tenacidad, el sentido de la
vida. Alguien ha dicho que el término esperanza las engloba a las dos. En efecto:
quien se atreve a pronunciar la palabra esperanza —“el sueño de un vigilante”
la llamó Aristóteles— está hablando,
al menos implícitamente, de ética y religión. Estamos ante dos saberes, de tono
casi melancólico, que se atreven a insinuar frágiles esperanzas que nunca
podrán fundamentar plenamente.
“Hay capítulos de la ética”, reconocía Aranguren, el gran maestro de la ética
en España, “que no sabría cómo abordar si, de algún modo, no lo hago desde la
religión”. Y ponía como ejemplo la solidaridad, a la que consideraba “heredera
de la fraternidad cristiana”. Aranguren defendió siempre, como lo hacía Bloch y gran parte de la tradición
filosófica occidental, la apertura de la ética a la religión. Esto no significa
que ética y religión terminen por identificarse. Es cierto que, probablemente,
todas las religiones predican a sus fieles: haz el bien, evita el mal. Todas se
atienen a la regla de oro: “Trata a los demás como desees que te traten a ti”.
El rabino Hillel condensaba el núcleo ético de todas las religiones en una
fórmula tan sencilla como grandiosa: “Sé bueno, hijo mío”. Pero no todo en la
religión es moralidad. La actitud religiosa tiene que ver con el misterio, con
el sobrecogimiento, con la adoración, con la alabanza, y sobre todo con la
entrega a los demás, a los más necesitados, a los últimos.
El mensaje subversivo de Jesús no es un mensaje religioso, ni un pensamiento
dogmático, ni una moral, ni unos ritos, ni una organización jerárquica, es un
proyecto de vida, lo propio de una ética de fraternidad universal, “Tuve
hambre…..”
Como resumen, ¿Una
ética sin religión? es posible que se pueda vivir sin practicar
los ritos de la religión católica, incluso prescindiendo de los dogmas, pero
¿se puede vivir honestamente sin conciencia ética, sin preocuparse por los demás, por los más
débiles y excluidos de la sociedad? Podemos
afirmar que para ser buena persona no hace falta creer e
Dios, hace falta tener pasión por la ética, por los DH, por los valores
humanos. Creo que es preferible plantearse vivir una vida
laica, empapada en la ética, buscar el
sentido de la vida humana en el más acá, en este mundo lleno de injusticias y sufrimientos,
sin mirar la posibilidad de un juez
supremo que premia a unos y castiga a otros. Y además, aceptar que la religión es un constructo humano, no divino, y que la
solución que aporta la religión católica al problema del más allá.(la
resurrección) es una creencia que cae
fuera del ámbito de lo racional.
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