sábado, 14 de septiembre de 2013

LA VERDAD, UN VALOR ÉTICO SEPULTADO EN LA MENTIRA

 José María García-Mauriño

Setiembre de 2013

 

La mayoría de la gente sabe que los políticos mienten, que no dicen la verdad. Los dirigentes mienten. Rajoy miente en el Parlamento. Obama miente al mundo entero con el conflicto de Siria. Las estadísticas nos engañan. Los partidos políticos mienten. Los periódicos dicen lo que les parece, inventan  noticias y ocultan la realidad. La mayoría de los economistas no dicen la verdad, nos engañan con sus cifras, sus porcentajes, sus posibles alternativas. Miente cada día la TV pública y la privada que es parte del sistema. Mienten los banqueros. Toda la corrupción es una inmensa mentira, Mintió y metió miedo a la población civil la Sanidad pública cuando anunció una Gripe A que nunca existió. El hecho de engañar (o intentar engañar) a los demás se ha generalizado de tal manera y hasta tales extremos que, sin miedo a exagerar, se puede afirmar que la mentira es ya un componente de la cultura que, entre todos, estamos construyendo. Y además una cultura de la mentira, el embuste y la patraña, en la que vivimos integrados de forma tan connatural, que ya, no sólo no nos sorprende que se nos engañe, y que engañemos, todo lo que cada cual pueda y le convenga, sino que la cosa ha llegado a tal punto que, si uno ve que puede sacar provecho a base de mentiras y, sin embargo, no miente, es mucha la gente  que considera, de quienes se portan de esa forma son unos pobres diablos, unos inútiles que no saben vivir. 

La costumbre de ocultar la verdad por parte de políticos y controladores de la economía de distintos niveles ha sido responsable de la crisis en buena medida. Pero esa costumbre se ha extendido también entre intelectuales y otros agentes de la vida pública, plegados a lo políticamente correcto, sea de un signo o de otro. Entre la incompetencia y la ocultación, saber qué pasa y anticipar con probabilidad qué puede pasar es imposible para la gente de a pie.

 

Así vivimos en el inmenso mar de la mentira, como el pez que vive en su medio. Hasta el extremo de que ya no podemos vivir sin engañar y sin ser engañados. A lo mejor esto es lo que explica que, no obstante las burdas mentiras que nos endosan cada día, seguimos votando a los que nos engañan. Hemos llegado hasta el límite de lo inimaginable: han logrado que nos guste.


Por eso, en este momento, estamos asistiendo a la esperpéntica y grandiosa ceremonia de la confusión, la solemne liturgia de los embusteros. Y es que vivimos tiempos en los que mienten los políticos, los hombres de la economía, de la cultura y de la religión, mienten los profesionales de la información, casi todos los ricos y los pobres, los funcionarios y los que no tienen otra función que echar embustes…. La lista es interminable, lo sabemos de sobra. Y en esto nos metemos todos. El que tenga las manos limpias, que tire la primera piedra. Es lo que podríamos llamar el "estado de la mentira" y la mentira del Estado. Nadie se fia de nadie. Casi nadie se fia de los políticos, de sus acuerdos o tratados, porque no tienen voluntad política de cumplirlos. El mundo virtual, el de los Medios de Comunicación Social (MCS), el de las apariencias, choca con el mundo de lo real y provoca unas relaciones de desconfianza mutuas: no sabemos quien es de verdad el que tenemos delante.


Nos preguntamos, ¿por qué se da esta situación? ¿es que ya no hay ética? ¿es que se está destruyendo la convivencia humana y nadie puede confiar en nadie?  Se trata, creo yo, de la cultura, de la moral, de las costumbres que impone una sociedad empapada en la mentalidad capitalista. El capitalismo no puede vivir sin mentiras. Siempre tiene algo, mucho, que ocultar. Este sistema ha invadido de tal manera a la conciencia de las personas que sin darse cuenta tienen una mente y un corazón que respira capitalismo por todos sus poros. Y mienten descaradamente aun sin saberlo. Porque la economía capitalista (en su variante más fuerte, el capital financiero) ha cobrado tal fuerza y se ha organizado de tal manera, que solamente puede funcionar a base de grandes mentiras. Por eso quienes invierten en bolsa deben saber que ese negocio rinde importantes beneficios solamente cuando se dan dos condiciones: primero, invertir grandes cantidades; segundo, no tener prisa. Esto es negocio sólo para gente lista que maneja mucho dinero; y que lo maneja sin urgencias. Porque hay que esperar la ocasión propicia en que los mercados te permiten engañar a alguien. Y entonces, sí. Entonces, los “entendidos” dan el zarpazo y se forran.


La mentira consiste en deformar la realidad. Antiguamente, los embusteros eran los tontos. Ahora, por el contrario, dicen que hay una proporción directa entre mentira y talento. Los que más roban y dicen que lo hacen legalmente, son los listos, gente de talento que saben escabullirse de los delitos económicos. No es delito mentir, sí es delito robar. Lo que ha ocurrido (y sigue ocurriendo) es que a quienes dicen la verdad siempre, y siempre se niegan a ser cómplices de trampas y embustes, se les ha ido marginando, como a gente peligrosa, problemática y conflictiva. No se cree que puedan existir esa clase de personas. El resultado ha sido que los embusteros son los que están triunfando. Y es así. En la política, en la banca, en la bolsa, en la empresa, en la Iglesia, en las familias…, en todas partes. Y si, de pronto, aparece un hombre o una mujer sinceros, se les tacha de inocentones que no saben manejarse en la vida O si la cosa no llega a tanto, al hombre o mujer honrados a carta cabal se le pone como un guiñapo por “ingenuos”. Y se hace todo lo posible por quitarle la credibilidad que tenga. No soportamos a los hombres y mujeres transparentes, con una honradez a toda prueba y de los que no cabe esperar mentira alguna.  Son esos pocos seres humanos que piensan, dicen lo que piensan y actúan como piensan y hablan. Es la coherencia viva de la Verdad. Pensar, decir y actuar en  la misma línea. A la larga, nadie puede vivir en la mentira, en el engaño. La verdad constituye una categoría fundamental de la existencia humana, es un derecho humano insoslayable, lo mismo que puede ser la libertad, o la justicia, la vida o el amor; no es un lujo, es una necesidad: el ser humano necesita la verdad para existir.


La verdad es una categoría humana imprescindible. Para llegar al conocimiento de la verdad, no hay que poseerla, hay que descubrirla. Nadie, ninguna persona, ninguna institución, puede estar en posesión de la verdad. Cuando esa verdad se cree tener en exclusividad y no es buscada con humildad, reina un pluralismo salvaje y un viciado consenso político y social, cortado a la medida de los que tienen el poder en sus múltiples formas. Quiénes mandan, entonces, son los intereses dominantes y el egoísmo de grupos o individuos que buscan preferentemente su enriquecimiento personal y familiar.Se trata por tanto, del intento de desvelar la naturaleza de las cosas, de la realidad. Des-velar, porque las cosas, la naturaleza, están ocultas, tapadas con un velo ('veladas') que no dejan ver con claridad. Todo hombre o mujer, desde niños, desean destapar las cosas "para ver lo que hay dentro". Es un deseo natural del ser humano el deseo de conocer la realidad, la verdad. Decía Machado: "¿Tu verdad? No, la Verdad / y ven conmigo a buscarla /

La tuya, guárdatela".  (Machado, Proverbios y cantares, LXXXV).

 

         Si el pensamiento y la realidad, superpuestos, coinciden entonces hay verdad, decían los filósofos de la escolástica; si no coinciden, si no se conforma el pensamiento con la realidad, no hay verdad. Es el ser humano, somos cada uno de nosotros, los que tenemos que hacer el esfuerzo de des­cu­brir (des-velar) la realidad para que se dé esta conformidad. Cuando se conoce la cosa, el objeto, la realidad, tal y como es, nuestro conocimiento es verdadero. Cada cual tiene el deber de descubrir su verdad, porque no nos la dan descubierta: todo hombre y mujer tiene que molestarse en tomarse en serio el problema del conocimiento de la verdad, de la parte de verdad que él o ella han descubierto. Y no imponerla a los demás, sino respetar la parte de verdad que hayan descubierto los demás.

Y todavía, una última cuestión. Es preciso fomentar todo lo que se pueda el pensamiento crítico. La resignación pasiva ante esta crisis de valores adormece el espíritu como una droga Frente a la frivolidad política, la indignación ética. Y la denuncia incansable de toda clase de mentiras y engaños. Hay que hacer el esfuerzo de crear opiniones basadas en datos concretos, en hechos objetivos, es decir, hacer el esfuerzo de elaborar constantemente el análisis de la realidad. Leer y entender la realidad. El sincero de verdad es el que se acerca más a la realidad.

 


 

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