José María García
Mauriño
Febrero de 2016
Marzo 2019
El
capitalismo, hace imposible la igualdad entre todos los Seres Humanos (en
adelante SH). El sistema capitalista no es solo un sistema económico, es a la
vez un sistema político, financiero, de
valores, jurídico y militar. Es todo un entramado muy difícil de penetrar y de
combatir. Un sistema de constante
acumulación de beneficios para unos pocos y de dominación para el mundo entero.
Es todo lo contrario a un sistema de igualdad. Existen varios argumentos que lo
prueban.
1º)
Los derechos humanos: Art. 1 de DH: “Todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. La libertad y la igualdad son dos
características inalienables de todo SH. Todo SH es capaz de decidir libremente
sobre su destino, personal o comunitario. La libertad y la igualdad son los dos pilares sobre los que se asienta la Democracia. Si no hay Libertad
ni Igualdad no hay democracia posible.
2º) Existe una estrecha relación entre igualdad y
propiedad. Para empezar, constatamos que todos los SH somos iguales. . Todo SH
es igual a otro SH, No hay distinción entre hombre y mujer, el rico y el pobre,
el listo y el menos listo, el rubio y el moreno. Todos somos SH y pertenecemos
a la misma especie humana. Lo contrario a la igualdad no es la desigualdad, es
el privilegio. Para hacer efectiva la igualdad necesitamos gozar de una serie
de bienes básicos que nos igualan. Una cosa es nacer todos iguales, y otra muy
distinto, vivir todos con una propiedad fundamental, que nos hace ser iguales, Debemos
tener, ser propietarios, de una serie de bienes
básicos (trabajo, vivienda,
alimentación, sanidad -acceso a
médicos y medicinas- , cultura –que
todo el mundo sepa leer y escribir-) que hacen posible una vida digna.
3º)
Lo que nos iguala es tener todos y todas los bienes necesarios para vivir una
vida humana, una vida digna. Lo que nos hace desiguales es que unos pocos se
apoderen de casi todos los bienes, y una inmensa mayoría carezca de lo
imprescindible para vivir. La gran desigualdad es el tema de la propiedad: En
la actualidad hay en el mundo 62 personas que poseen
igual riqueza que la suma de 3.500 millones de personas, la mitad de la
humanidad. El año pasado eran 80, hace seis años eran 388. Sólo hace ocho años
eran 600. La crisis ha servido para concentrar la riqueza progresivamente en
menos manos. En los últimos cinco años, en pleno empobrecimiento de las
mayorías, los ingresos de los más ricos se han incrementado en un 44% y los
ingresos de los 3.500 millones se han reducido en un 41%. Se lo han apropiado y
han despojado a más de media humanidad de unos bienes básicos que les
pertenecían, con los que podrían haber cubierto esas 5 necesidades básicas. Y
ese despojo se lo tienen que devolver. La
desigualdad es un producto de la propiedad privada, base del capitalismo
liberal.
4º) Todo sistema económico realza determinados
elementos que tienen traducción en otros campos como el social, el laboral y el
familiar. En otras palabras, podríamos decir que todo sistema económico crea
una cultura. Y uno de los elementos importantes de toda cultura es el sistema
ético, entendido como una escala o una jerarquía de valores que se pone en
juego sobre todo a la hora de tomar decisiones, y que acaba por impregnar toda
nuestra vida (familia, relaciones sociales, etc.). Por esto es importante tomar
conciencia de cuáles son los valores en los que se fundamenta nuestro sistema
económico, y qué valores transmite en cuestiones tan significativas como
persona «feliz», triunfo personal, etc.
5º) Sabemos que en el
mundo capitalista, que ha colonizado el mundo, el desarrollo, como bien analizó
Marx, siempre ha significado mayor acumulación de riquezas en manos privadas.
Nunca se ha emprendido en función de las necesidades reales de la mayoría de la
población. Se abren calles asfaltadas e iluminadas en lotes de terrenos vacíos
destinados a urbanizaciones de lujo, mientras que las calles populosas de las
periferias de las ciudades no merecen ningún tipo de pavimentación y pasan por
ellas canales infectados de desechos humanos. Este sistema es el que ha
destrozado a buena parte de la Madre Tierra, que ha colonizado culturas indígenas, se ha
apropiado de proyectos de desarrollo que
crean dependencia y desarticulación de los procesos locales de organización, y
que apuntalan una sociedad de consumo bajo un pensamiento patriarcal y
perverso. Se ha negado la sabiduría comunitaria de hombres y mujeres indígenas.
6º)
Respecto a los Derechos Humanos (en adelante DH), se
puede tomar como una forma velada de defender
lo ya adquirido por el más fuerte o lo que se puede adquirir en el
futuro por los más fuertes. es decir, por la burguesía instalada en el sistema
neoliberal. Muchas veces detrás de esa formulación de los DH, absoluta y abstracta, se encubre la ideología
de unos intereses que defienden lo ya adquirido sin discutir el modo de esa
adquisición, y sin discutir cómo el derecho de todos se convierte en
privilegio de unos pocos; porque son pocos los que cuentan con condiciones
reales para hacer efectivos esos derechos. Cuando el derecho se convierte en
privilegio, niega su esencia misma de derecho, y cuando deja de ser universal,
deja por lo mismo de ser humano, deja de ser derecho de todo ser humano, para
pasar a ser privilegio de clase o de grupo de individuos. La lucha de clases es
la lucha por la igualdad.
7º) No hay cristiano que pueda negar la verdad básica de la igualdad. Creo
que no es preciso recordar que la igualdad de todos los seres humanos es un
principio esencial e irrenunciable para los cristianos que se saben y quieren
ser hijos y hermanos del mismo Dios Padre-Madre. Creer en el principio de la
Encarnación realizada en Jesús es creer que todo ser humano, particularmente si
es pobre o víctima del sistema, está llamado a experimentar en su vida lo que
son unas relaciones humanas libres e igualitarias. No hay cristiano que pueda
negar esta verdad básica si es que quiere seguir siéndolo. Sin embargo,
hay que reconocer que la confesión de este principio se ha mantenido en contra
de toda evidencia empírica que nos muestra cómo el cristianismo ha sido desde
sus orígenes hasta nuestros días cómplice
de las formas de desigualdad más injustas y escandalosas. Tampoco han faltado
entre los cristianos quienes no sólo han defendido con fervor dicha realidad de
desigualdad, sino que han llegado a legitimar la desigualdad en nombre de
innumerables razones e incluso a sacralizarla en nombre de un pretendida
voluntad divina. Es todo lo contrario a esa exigencia ética y cristiana de
compartir los bienes con toda la humanidad.
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