Jose
Maria Garcia Mauriño
Octubre
de 2019
Federico
Nietzsche no fue el primero en utilizar la expresión “Dios ha muerto”. Su
origen se encuentra en un texto de Lutero: “Cristo ha muerto./ Cristo es Dios./
Por eso Dios ha muerto”. En él se inspira Hegel en la Fenomenología del espíritu donde afirma que Dios mismo ha muerto como manifestación del sentimiento doloroso de
la conciencia infeliz. En Lecciones sobre
filosofía de la religión se refiere a una canción religiosa luterana del
siglo XVII en un contexto similar: “Dios mismo yace muerto./ Él ha muerto en la
cruz”. Es probable que Nietzsche, hijo y nieto de pastores protestantes, la
conociera e incluso la hubiera cantado en el Gottesdienst. Pero ha sido su propia formulación la que ha adquirido
relevancia filosófica y ha ejercido mayor influencia en el clima
socio-religioso moderno.
Dos son los textos más significativos
en los que Nietzsche hace el anuncio de la muerte de Dios. En Así hablaba Zaratustra, cuando el
reformador de la antigua religión irania baja de la montaña, se encuentra con
un anciano eremita que se había retirado del mundanal ruido para dedicarse
exclusivamente a amar y alabar a Dios, actitud que contrasta con la de
Zaratustra, que dice amar solo a los hombres. Tras alejarse de él, comenta para
sus adentros: “¡Será posible! Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía
nada de que Dios ha muerto”. Al
llegar a la primera ciudad, encontró una muchedumbre de personas reunida en el
mercado, a quienes habló de esta guisa: “En otro tiempo el delito contra Dios
era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también sus
delincuentes. Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra”.
En La gaya
ciencia Nietzsche relata la muerte de Dios a través de una parábola cargada
de patetismo. Un hombre loco va corriendo a la plaza del mercado en pleno día
con una linterna gritando sin cesar: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”. El hombre
se convierte en el hazmerreir de la gente allí reunida, que no se toma en serio
la búsqueda angustiosa del loco y se mofa de él haciéndole preguntas en tono
burlón: “¿Es que se ha perdido? […]. ¿Es que se ha extraviado como un niño?
[…]. ¿O se está escondiendo? ¿Es que nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado?
¿Emigrado?”. A lo que el loco responde: “Lo hemos matado vosotros y yo! Todos
nosotros somos sus asesinos!”. El loco, fuera de sí, entró en varias iglesias
donde entonó su requiem aeternam deo.
Cada vez que le expulsaban y le pedían explicación de su conducta, respondía:
“¿Qué son estas iglesias sino las tumbas
y los monumentos fúnebres de Dios?”. Nietzsche califica el anuncio de la muerte
de Dios como “el más grande de los acontecimientos recientes”, pero el
loco reconoce que llega “demasiado
pronto”.
¿Se ha hecho realidad el anuncio de Nietzsche? Yo creo
que solo en parte. Ciertamente se está produciendo un avance de la increencia
religiosa en nuestras sociedades secularizadas y se cierne por doquier la ausencia de Dios. Pero, al mismo
tiempo, asistimos a otro fenómeno: el de las diferentes metamorfosis de Dios.
Dios ha muerto, pero lo hemos cambiado por al menos 3 dioses. A modo de ejemplo
voy a referirme a tres: el Dios del
Mercado, el Dios del Patriarcado y el Dios del Fundamentalismo.
El Dios del
Mercado. El Mercado se ha convertido
en una religión “monoteísta”, que ha dado lugar al Dios-Mercado. Ya lo advirtió
Walter Benjamin con gran lucidez en un artículo titulado “El capitalismo como
religión”, donde afirma que el cristianismo, en tiempos de la Reforma, se
convirtió en capitalismo y “este es un fenómeno esencialmente religioso”. Tocar
el capitalismo o simplemente mencionarlo es como tocar o cuestionar los valores
más sagrados. Lo que dice Benjamin del capitalismo es aplicable hoy al
neoliberalismo, que se configura como un sistema rígido de creencias y funciona
como religión del Dios-Mercado, que suplanta al Dios de las religiones
monoteístas. Es un Dios celoso que no admite rival, proclama que fuera del
Mercado no hay salvación y se apropia de los atributos del Dios de la teodicea:
omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y providencia, El Dios-Mercado exige
el sacrificio de seres humanos y de la naturaleza y ordena matar a cuantos se
resistan a darle culto.
El Dios del
Patriarcado. Los atributos aplicados
a Dios son en su mayoría varoniles, están vinculados a la masculinidad
hegemónica y se relacionan con el poder.
La masculinidad de Dios lleva derechamente a la divinización del varón. Así, el
patriarcado religioso legitima el patriarcado político y social. La teóloga
feminista alemana Dorothee Sölle critica las fantasías falocráticas proyectadas
por los varones sobre Dios, cuestiona la adoración al poder convertido en Dios
y se pregunta: “¿Por qué los seres humanos adoran a un Dios cuya cualidad más
importante es el poder, cuyo interés es la sumisión, cuyo miedo es la igualdad
de derechos. ¡Un Ser a quien se dirige la palabra llamándole ‘Señor’, más aún,
para quien el poder no es suficiente, y los teólogos tienen que asignarle la
omnipotencia! “Dios Todopoderoso y eterno!!!”¿Por qué vamos a adorar y amar a
un ser que no sobrepasa el nivel moral de la cultura actual determinada, sino
que además la estabiliza?”. En nombre del Dios del patriarcado se practica la
violencia de género, que el año pasado (2017) causó más de 60.000 feminicidios.
El Dios de
los Fundamentalismos. Los
fundamentalismos religiosos desembocan con frecuencia en terrorismo, fenómeno
que recorre la historia de la humanidad en la modalidad de guerras de
religiones que se justifican apelando a un mandato divino. Tiene razón el
filósofo judío Martin Buber cuando afirma que Dios es “la palabra más
vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mutilada,
tan mancillada. Las generaciones humanas
han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta
palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los hombres dibujan un
monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros y dicen:
‘lo hacemos en nombre de Dios’”. Matar en nombre de Dios es convertir a Dios en
un asesino, en certera observación de José Saramago, quien lo demuestra en la
novela Caín a través de un recorrido
por los textos de la Biblia hebrea.
Dios, bajo el asedio del Mercado, bajo el poder del
Patriarcado y bajo el fuego cruzado de los Fundamentalismos. El resultado es la violencia estructural del sistema,
la violencia del mercado, la violencia machista y la violencia religiosa, las
tres ejercidas en nombre de Dios.