viernes, 12 de abril de 2013

CRISTIANISMO, JUSTICIA Y POLÍTICA





José María García-Mauriño
 Abril de 2013

1.- Qué entendemos por Cristianismo:
El término Cristianismo no se encuentra en el NT. Aparece por primera vez en el siglo II en las cartas de Ignacio de Antioquia, para fijar la diferencia entre cristianos y judíos.

El Cristianismo no es una religión. No es lo mismo fe que religión. No es lo mismo Cristianismo que Evangelio. No es lo mismo ser creyente en Jesús, que ser religioso. No son ritos, (ir a Misa los domingos, bautizos, comuniones, bodas, funerales, etc.) ni obediencia sumisa a una Jerarquía. No es lo mismo “cumplir con la Religión” que vivir la fe en Jesús. Jesús es nuestro único Dios. Se trata del movimiento de fe inaugurado  por Jesús y que es todo un estilo de vida. El Cristianismo no consiste en doctrinas, ni dogmas, ni morales, se trata del seguimiento del profeta de Nazaret. Y este profeta se preocupaba fundamentalmente de tres cosas muy básicas, muy humanas: que no le falte comida a la gente, curar las enfermedades y las buenas relaciones humanas. Comida, salud y relaciones humanas, son las preocupaciones básicas de JESÚS. La Vida humana para todos y todas. Se preocupaba de los pobres, de los enfermos, de los niños, de los excluidos, los leprosos, los llamados pecadores y pecadoras, gentes de mala fama. ¿Dónde queda “lo religioso”? Jesús fue un profeta laico.

Jesús no fundó una Iglesia, buscaba incansablemente el Reino de Dios y su Justicia. La Iglesia tiene la misión de construir el Reino, una sociedad alternativa. Los seguidores de Jesús también buscan la Justicia, no el conformismo con este orden establecido, que es radicalmente injusto.
Jesús de Nazaret, estaba inspirado por la “ideología revolucionaria”. Es decir, se distingue porque, radicaliza la línea de los profetas, critica la religión establecida y dominante que legitimaba toda la vida judía y que estaba profundamente unida a la vida política del imperio. Jesús desacraliza el poder imperial, el poder religioso nacionalista y el poder del Estado: Jesús muestra que hay otra manera de organizar las relaciones sociales, basadas en devolver la dignidad a los pobres y marginados y otorgarles primacía. Y era normal que sus enemigos lo viesen como contrapuesto al orden jerárquico y patronal de la religión judía y del poderío romano: “Este hombre no nos conviene”.

A)  EL PROYECTO DE JESÚS: EL REINO DE DIOS
Jesús introduce novedades radicales: no habrá desigualdades, se cambiarán las relaciones sociales, la situación de los pobres y oprimidos cambiará, serán ellos los dichosos. Tal reino es el reino de Dios, que quiere implantarlo en la tierra, es la construcción de una sociedad alternativa.
La Buena Noticia de este Reino es el anuncio de la igualdad y fraternidad en un mundo donde no haya lugar para los ídolos del dinero, del poder, del afán del dominio, ni de instituciones religiosas, normas o leyes represoras. Jesús va a la raíz: este Reino es revolucionario, pero comienza por cada uno, por hacer nuevo su corazón y proyectarlo luego en prácticas y relaciones nuevas.

B) JESÚS INNOVADOR RELIGIOSO             
Desde que el hombre existe, ha creado conceptos, imágenes y normas para relacionarse con Dios. Jesús revoluciona esta relación, es muy otra la imagen de Dios que él comunica y que comporta una nueva forma de relacionarse con Él. El Dios de Jesús no tiene nada que ver con el poder, es Amor, actúa en la historia pero respetando las mediaciones humanas. “Ante Dios y con Dios, estamos sin Dios” (Bonhöffer, pastor protestante asesinado por los nazis). En su convivir con nosotros, Dios adopta un modo de vida pobre y entregado al amor, al servicio, a la liberación de los oprimidos y a la denuncia de la dominación. La forma de Dios como esclavo entregándose a la liberación de los esclavizados con una radicalidad que le lleva a la muerte bajo la doble acusación de subversivo y blasfemo, es única en la historia de las religiones.

2.- Qué entendemos por Justicia:
En general, se puede decir que consiste en dar a cada uno lo suyo. Y lo más suyo de cada ser humano es su Vida. Dar y reconocer la vida de todo ser humano, que sea  de verdad una vida humana, una vida de calidad. Todo ser humano es igual a otro ser humano, sea hombre o mujer o de cualquier etnia o país. Es el respeto por el principio de igualdad. “Todos nacemos libres e iguales...” (art. 1 de DDHH). Es el reconocimiento de todos los Derechos Humanos para todos y todas. Eso es hacer Justicia. Los que más necesitan la Justicia son las Víctimas de este capitalismo salvaje.

Ahora bien, la igualdad fraterna es un componente esencial del cristianismo, que se enfrenta a obstáculos estructurales que la hacen inviable. La justicia evangélica, más que dar a cada uno lo suyo, consiste en dar primacía a la satisfacción de las necesidades de los últimos, prioridad imposibilitada por el capitalismo, es decir, ese mecanismo acumulador de la riqueza excluyente y del poder como forma de dominación.

Jesús tiene claro que la igualdad es fruto de la justicia y alcanza a las personas y sectores sociales más empobrecidos. Por ello, anuncia que “Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros”. Para hacer realidad su proyecto (el reino) hay que abolir que haya primeros y últimos. Tarea ésta imprescindible para los que quieren construir una sociedad más fraterna e igualitaria.

El Reino de Dios es incompatible con un orden que alberga la desigualdad y hace imposible la fraternidad. Sin igualdad no es posible la fraternidad. Y el camino para llegar a ella consiste en que “si uno quiere ser primero, ha de ser el último de todos y servidor”. Nada, pues, de riqueza ni de poder: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo” ¡El primero, esclavo; el esclavo, el primero! Una inversión de valores radical, para aquella situación judía interclasista y de esclavismo manifiesto del imperio romano. La situación colectiva de los empobrecidos y maltratados va a cambiar, serán saciados y recibirán consuelo, serán poseedores del Reino de Dios, porque ese Reino infunde dignidad y esperanza

Frente al reinado del dinero y del poder este cristianismo introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que se adopten comportamientos y se organicen políticas que les den la primacía para construir una sociedad sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad posible entre seres humanos convocados a ser hermanos. La pasión por la Historia, por la realidad histórica, se convierte en pasión cristiana por la primacía de los últimos. Crea una especial sensibilidad e interés por conocer y transformar las condiciones de vida en que se encuentran los últimos de cada sociedad y de la humanidad en su conjunto, una fuerte crítica y denuncia de los mecanismos de riqueza y poder que causan esa situación, y un comportamiento por la emancipación de los empobrecidos que tienen que constituir el centro de toda la vida colectiva hasta que dejen de serlo.

3.- Qué entendemos por Política:
Es la preocupación por la realidad. La realidad del mundo, del país,  las desigualdades sociales de pobres y ricos, la democracia, la corrupción, el parlamento, etc. la Realidad de esta crisis-estafa que estamos padeciendo. Política es querer afrontar la realidad del mundo, del país, para cambiarla por una sociedad más justa e igualitaria. Esta es la tarea de la  política. Ahora, esta realidad se llama Crisis, o mejor una monumental Estafa. Son los banqueros, las grandes fortunas y las grandes empresas las que han provocado este catastrófico desequilibrio entre ricos y pobres.

Este ideal de justicia, específica del cristianismo, requiere una voluntad colectiva, un trabajo ético-cultural y político, que implica la defensa de unos valores, la creación de una opinión pública, la educación de sentimientos morales, la opción de una determinada política.
La difusión de la cultura evangélica de la primacía de los últimos constituye un factor de relevancia extraordinaria para políticas que verdaderamente quieran poner en el centro la lucha contra la exclusión social en el norte y el empobrecimiento en el sur. Esa primacía de los últimos constituye una de las principales aportaciones que el cristianismo realiza para conseguir una política humana en verdad justa y liberadora.

La cultura evangélica tiene un enorme potencial para crear una especial sensibilidad de insatisfacción y revuelta contra una sociedad que no se moviliza contra desigualdades nacionales e internacionales. La pasión evangélica para que los últimos dejen de serlo genera una especie de rebeldía política -el “hambre y sed de justicia” de las Bienaventuranzas- que, al igual que el hambre agudiza el ingenio, lleva a la búsqueda de medios socioeconómicas que puedan hacer realidad el ideal evangélico de la justicia.

Los últimos deben ser objeto y sujeto a la vez, es decir, que ellos mismos sean quienes se muevan a buscar los medios políticos y socio-económicos que hagan efectivos sus valores. Pienso que la primacía de los últimos debería llevar a dar prioridad a las políticas de solidaridad internacional: cooperación para el desarrollo, condonación de la deuda externa, comercio justo, democratización y derechos humanos, desarme para el desarrollo, prevención de conflictos, fiscalidad para la redistribución de la riqueza norte-sur, etcétera. La construcción del internacionalismo solidario requiere la práctica de un nuevo pacifismo que vincule el tema del gasto militar, la política de armamentos y el empobrecimiento del sur.
La pasión por la primacía de los últimos debe alentar la búsqueda de una democracia económica a través de medidas que profundicen la redistribución de riqueza, sabiendo que tal búsqueda y profundización va a crear fuertes enfrentamientos con los poderes económicos.

La lógica democrática debería llevar a un gobierno político de la economía a través de leyes que con suficiente respaldo popular obligaran a destinar la riqueza a la satisfacción de una necesidad tan básica como es el empleo o a obtener recursos suficientes para financiar la política social destinada a aquellos que no pueden integrarse en el mercado de trabajo.
En el cristianismo el valor central es un amor servicial, emancipatorio, comprometido, liberador con los últimos del mundo. Este amor -señal que identifica a los cristianos- les lleva a no separar el amor a Dios del amor al prójimo.

Este amor llega hasta dar la vida por los amigos, no sólo un amor erótico entre dos o varios seres, ni simple amor familiar, ni exclusivamente amistad, ni siquiera beneficencia caritativa, sino amor de acercamiento servicial y liberador de los últimos de la sociedad  Esa especificidad amplía los horizontes respecto a los destinatarios del amor y lleva a la entrega a aquellos que, de entrada y aparentemente, no reportan beneficios sino inconvenientes. Por esta razón, la fraternidad evangélica conduce a aproximarse a los que están caídos, tanto cercanos como lejanos.
Para el cristianismo originario, la raíz de la lucha por la justicia y la igualdad es el amor. La realización de la justicia y la igualdad sin fraternidad termina engendrando nuevas formas de deshumanización. La construcción del amor y la fraternidad presuponen un tipo de sujeto humano, con unas determinadas actitudes, bien descritas en el Sermón de la Montaña y que deben fecundar y configurar las relaciones sociales.

El espíritu del cristianismo originario puede favorecer la expansión de los valores y actitudes ciudadanas que requieren ciertas políticas sociales, ecologistas e internacionalistas. Estas políticas requieren una cultura que vaya más allá de materialismo y se sitúe claramente por la primacía de los últimos, por el reparto de la riqueza y no por la acumulación de bienes, y sobre todo por el acercamiento a los empobrecidos y  la búsqueda de la felicidad en la lucha por la justicia y la fraternidad.
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