José María García-Mauriño
Mayo de 2013
Hoy no se puede definir el sentido de la vida
sin situarse de cara a los pobres, o sin pronunciarse ante el conflicto crucial
de nuestro tiempo, de los barrios y pueblos frente al capitalismo devastador, frente
al imperio. Hay que encontrar el sentido de la vida desde el sentido de la Historia , desde los barrios
y pueblos oprimidos. Los pobres juegan en el mundo un papel crucial. Ellos son
quienes nos dicen realmente qué es el mundo. Toda captación de la realidad del
mundo fuera de los pobres es una captación esencialmente viciada,
distorsionada.
Distinguimos en ella varios elementos:
1, Una percepción de la «realidad fundamental»,
2, Comprometidos los valores fundamentales
3, Una exigencia ineludible, y
4, La que marca el sentido de la vida
1.- Una percepción de la «realidad
fundamental»,
En primer lugar, decimos, que en la indignación
ética se da una percepción de la realidad fundamental, que es la realidad más
cruda y radical. Como es, por ejemplo, los más de 6 millones de parados, la
angustia y la nula esperanza de encontrar trabajo de cerca de 2 millones de
parados de larga duración, la lista interminable de desahuciados, la cruda
realidad de los inmigrantes sin papeles, los más de 2 y medio millones de
familias que no tienen ningún ingreso, los comedores de Cáritas atestados de
gente, el sufrimiento de familias enteras que dependen de la escasa pensión de
los abuelos, los jóvenes que tienen que emigrar para encontrar algún trabajo en
el extranjero, multitud de niños que no tienen siquiera el comedor en sus
escuelas infantiles. Y un largo etc.
Con esta percepción de la realidad queremos
decir que la persona llega a captar en la realidad algo que le parece afectar a
lo más sensible de la existencia. Como cuando no se puede tocar una herida
porque en ella ha quedado al descubierto un nervio cuyo tocamiento estremece
todo el sistema nervioso de la persona. Hay realidades y situaciones que ponen
al descubierto ante cualquier persona dimensiones sumamente sensibles,
esenciales, que comprometen los valores que estimamos como absolutos cuya
integración es necesaria para la captación del sentido de la vida. En esas
realidades y situaciones nos parece «tocar» lo más sensible de la existencia,
lo «absoluto», aquello que nos concierne inapelablemente y que provoca en
nosotros una reacción incontenible.
2. Comprometidos con los valores fundamentales.
Esa realidad es captada e interpretada de forma
que se ven comprometidos en ella valores éticos. Al percibir esa realidad
fundamental sentimos una indignación ética «radical» que viene desde lo más
hondo, desde las raíces últimas de nuestro ser. Es una indignación que no brota
de una circunstancia o de una ideología particular, sino una indignación que
uno percibe que la siente por el mero hecho de ser humano, de forma que si no
la sintiera no se sentiría humano Se trata de la percepción de la urgencia de
la transformación social. Otro modelo de sociedad que sea más justa e
igualitaria. Una indignación tan irresistible que no deja comprender cómo
puedan no sentirla otras personas que se dicen humanas.
.
Esa percepción nos afecta porque quedan al
descubierto, al aire libre, unos valores propios de todo ser humano. Valores
fundamentales, imprescindibles, para la formación de su conciencia. Son los
valores que subyacen en los Derechos humanos como son: la afirmación de la vida,
el amor, la libertad, la justicia, la verdad, la igualdad. Valores básicos de
todo Ser Humano. Al ser básicos, son universalizables,
se pueden aplicar a cualquier ser humano de cualquier país, o etnia, sea de
oriente o de occidente.
3.- Una exigencia ineludible,
Se trata de una indignación radical que
comporta una exigencia ineludible. Nos afecta, nos sacude, nos conmueve,
imperativamente. Nos sentimos cuestionados en lo más hondo, en nuestro mismo
ser. No podemos dejar de sentirnos concernidos por estas tremendas realidades.
No podemos callar, ni tampoco podemos quedarnos con los brazos cruzados. Nos
vemos interpelados constantemente de una forma ineludible: sentimos que no
podemos transigir, tolerar, convivir o pactar con la injusticia, porque sería
una traición a nuestra conciencia, a lo más íntimo y profundo de nosotros
mismos….
Esta exigencia ineludible es a la vez una
opción fundamental, porque se hace en función de esos valores fundamentales de
la existencia, de la vida humana. Esos valores se han percibido como la base
de esa realidad concreta percibida. Se
trata, por tanto, de la opción
fundamental de la persona.
4. Es la que marca el sentido de la propia
vida,
Esta opción se toma «a partir de la realidad»,
que es la realidad concreta de los pobres, Hay personas que pasan por la vida
sin enfrentarse a esta «realidad mayor», personas que se quedan en pequeñas
realidades privadas, o de su grupo, sin llegar a descubrir el conflicto mayor
de nuestro tiempo: La inmensa mayoría de la Humanidad padece hambre
y miseria. Los pobres juegan en el mundo
un papel crucial. Ellos son quienes nos dicen realmente qué es el mundo Toda
captación de la realidad del mundo fuera de los pobres es una captación
esencialmente viciada, distorsionada.
Hoy estimamos que no se puede definir el
sentido de la vida sin situarse de cara a los pobres, o sin pronunciarse ante
el conflicto crucial de nuestro tiempo: la mayoría de los pueblos se siente
oprimida por el imperio del dinero, del capital. Hay que encontrar el sentido
de la vida desde el sentido de la
Historia , desde las personas, barrios y pueblos oprimidos.
Esta toma de postura también puede ser
negativa: la actitud contraria a la indignación ética es la cerrazón del
corazón, la falta de sensibilidad, la indiferencia, el pasotismo, la comodidad.
De ello deducimos lo siguiente:
Hay personas que pasan por la vida sin
enfrentarse a esta «realidad mayor», personas que se quedan en pequeñas
realidades privadas, o de su grupo, sin llegar a descubrir el conflicto mayor
de nuestro tiempo. La perversidad del sistema capitalista que está conduciendo
a la humanidad a una catástrofe sin precedentes. Es bien conocida la tesis de Emile.
Durkheim (ilustre sociólogo) según la cual en el origen del socialismo hay una
pasión: la pasión por la justicia y por la liberación de los oprimidos; una
indignación ética, por tanto.
El punto de vista de los pobres y oprimidos es
el más fecundo -por ser el más real- para captar el sentido de la historia que
no es el punto de vista de los poderosos. La realidad sangrante sólo se puede ver desde abajo.
Por todo ello es por lo que el contacto con la
realidad del hambre en el mundo, de los pobres, de los parados, de los
inmigrantes, de las mujeres, de los niños, es necesario para todos aquellos que no
nacieron o no viven en esa realidad. Es el contacto con los pobres el que, de
hecho, nos hace mucho más real, la misma realidad.
Esta experiencia fundamental y la opción
fundamental que lleva implícita es también un acto religioso. Aun vivido con
una conciencia de no creencia. Porque le
salen al encuentro los interrogantes más serios de la vida: el sentido de la realidad,
de la historia, de la humanidad, de sí mismo… porque ahí está definiendo el
sentido de su vida, y por tanto está reconociendo a unos determinados valores como
absolutos,
La indignación ética es también compasión. Es
sentir como propio el dolor del mundo, padecer con él. El origen de esta pasión
es lo que está en el origen de toda utopía revolucionaria. Decía Emile
Durkheim, “una persona no se hace
revolucionaria por la ciencia, -ni por la participación frecuente en
manifestaciones de protesta callejera, añado yo- sino por el sentimiento
profundo de la indignación ética”.
Finalmente, una cita del que fue Secretario de Estadio de
los EEUU, Henry Kissinger a Gabriel Valdés, ministro de Asuntos Exteriores de
Chile.
«Usted viene aquí hablando de América Latina,
pero eso no interesa. Nada importante viene del Sur. La historia nunca ha sido
hecha en el Sur. El eje de la historia comienza en Moscú, pasa por Bonn, llega
a Washington y sigue hacia Tokio. Todo lo que pueda pasar en el Sur carece de
importancia».
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