José María García Mauriño
5 de Setiembre de 2017 y Octubre
2019
Es
imposible, ilícito, inaceptable hablar de Dios Padre desde una situación de
poder. El poderoso no puede hablar de Dios Padre sin ser un cínico. El dictador
no puede hablar de Dios Padre sin cinismo. Hay dictadores asesinos que hablan
de Dios, invocan a Dios y se legitiman en el nombre de Dios (recordemos a
Franco, a Pinochet, y tantos otros). El rico no puede hablar de la paternidad
de Dios a los pobres. El vencedor no puede hablar de Dios Padre al vencido. Los
excluidos son los vencidos de la vida.
¿Por
qué será que la inmensa mayoría de nuestros textos litúrgicos, escritos entre
el siglo IV y el siglo XVI, no dirigen la oración al Padre, sino al “Señor Dios
todo-poderoso”? Dicen así: “Dios todopoderoso y eterno.” Se trata de una
desobediencia formal a la orden de Jesús, que mandó rezar invocando a Dios con
el nombre de Padre. Jesús enseñó así: cuando recéis, decid “Padre Nuestro”. La
Eucaristía es una oración comunitaria.
Es
verdad que la Iglesia conservó la fórmula del “Padre nuestro”. Era imposible
borrar esta página del Evangelio. Sin embargo, fuera de esta fórmula, casi
siempre dice “Dios todopoderoso y eterno, perdone nuestros pecados y nos lleve
a la vida eterna”. Creemos en Dios padre Todopoderoso”. Y así, hasta 9 veces en la liturgia de la misa. Es en la Iglesia,
en las parroquias, donde los textos litúrgicos hablan desde el poder, no desde
la humildad, desde la debilidad. Y la gente está más por creer en el Dios
Poderoso de los milagros, que en el Dios, Padre bueno y amigo de los hombres y
mujeres.
¿No
fue acaso porque el clero sentía que era imposible hablar al Padre desde la
posición de privilegio, riqueza y poder que ocupaba? La liturgia de la
cristiandad fue expresión de la inmensa riqueza del clero y de los religiosos.
¿Cómo hablar del Padre en el esplendor de las catedrales y las iglesias de las
abadías de ese tiempo? ¿Cómo hablar del Padre estando revestido de ornamentos litúrgicos
de precio altísimo, manipulando objetos litúrgicos de oro y plata, en un
ambiente de imágenes cubiertas de piedras preciosas y perlas? Todo era (y sigue
siendo) signo de poder, riqueza, fuerza, dominación. Todo esto era
atribuido a Dios, pero no dejaba de estar reservado a una clase privilegiada.
En este contexto, la fórmula que se impone es “Dios todopoderoso y eterno”. No
había lugar para el Padre. Instintivamente los autores de los textos litúrgicos
sintieron la imposibilidad de hablar de Dios Padre.
Cuando
las liturgias celebraban las conquistas, las victorias en las batallas, la
destrucción de pueblos considerados enemigos de Dios, ¿cómo hablar en ese
ambiente, del Dios Padre? En las misas que celebraban la destrucción de los
indios, la represión de las revueltas de esclavos, ¿se puede hablar del Padre?
¿Se puede agradecer al Padre, celebrar la Misa, por el exterminio de los
indios, la expulsión de los judíos, la destrucción traicionera del reino
musulmán de Granada? Sólo se podía invocar al “Dios todopoderoso y eterno” de
quien se pensaba que había manifestado el poder de su brazo. Este título de
Padre tenía que ser reprimido. La Iglesia tenía que legitimar la
conquista y la dominación, no podía invocar el amor del Padre, sino sólo la ira
del Dios eterno y todopoderoso ofendido por la incredulidad de los pueblos
paganos.
Los
cristianos fueron instruidos por la liturgia, por la forma de hablar de los
padres. No es de extrañar que son pocos los que dirigen su oración al Padre. En
la vida diaria invocan al “Señor eterno y omnipotente.” Dado que este Dios es
muy distante, prefieren invocar al Sagrado Corazón de Jesús o a Nuestra Señora
adornada con todos sus atributos. Las devociones populares fueron el sustituto
de Dios Padre.
2) Por qué un Dios debilidad?
El
Dios de Jesús no es un Dios Todopoderoso, es un Dios débil, es un Dios misericordioso y compasivo, lejos de
todo poder. Dios no es un Señor Omnipotente y eterno (como se reza en la Misa) sino
el Padre bueno que sabe perdonar y abrazar a los que pecan. No es fácil
compatibilizar en esa liturgia de la Misa, el rezo del Padrenuestro con esas
otras afirmaciones de Dios Todopoderoso. Jesús se opuso al poder político y religioso
de su tiempo. Jesús estuvo siempre al lado de los débiles y defendió a los débiles,
pero no desde el poder sino desde la
humildad, la mansedumbre, desde la pobreza, desde los de abajo. Jesús no se mostró nunca como el Mesías
triunfador, militar, que iba a liberar a su pueblo de la invasión del imperio
romano. Era el Hijo del Hombre que predicaba las bienaventuranzas. El era manso
y humilde de corazón. Los que creen en los milagros están aceptando a un Dios poderoso, el Dios de los milagros, que desde
luego no es el Dios de Jesús.
Así lo dice de claro el NT: Tres argumentos:
a) Del Evangelio de
Juan : “El verbo de Dios se hizo carne”. Y “carne” en griego se dice sarx y
sarx se traduce por debilidad, fragilidad. Entonces se puede decir con toda
claridad que “El verbo de Dios se hizo debilidad”.
b) Del Evangelio de
Mateo: Tuve Hambre, tuve sed, estaba enfermo, etc. Todo lo que hagáis por estos
hermanos míos más débiles, lo hacéis conmigo. Jesús se identifica con los más
débiles de la sociedad.
c) San Pablo a los Filipenses
2,6 cuando habla del “vaciamiento” de Dios., la Kenosis:
“El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su condición de
Dios, al contrario se despojó (ekenosen, en griego) de su rango y tomó la
condición de esclavo haciéndose uno
de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz”.
Según es el Dios en el que cada cual cree, así es la
vida que cada cual lleva. El que tiene su fe puesta en el dinero, pongamos por
caso, será sin duda un individuo cuya vida estará regida por la codicia. Y lo
más probable es que semejante sujeto termine siendo un corrupto o un ladrón. Un
tipo así, aunque diga que es ateo, en realidad no lo es. Porque Dios es la
realidad última que da sentido a nuestra vida, aunque la vida de esa persona esté marcada por la ambición
del tener. Una realidad a la que sus “creyentes” están dispuestos a servir. Por
esto, sin duda, el Evangelio dice que el contrincante de Dios no es el ateo, es
el dinero: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24; Lc 16, 13), el “mamón” personificado como un poder que
está siempre en conflicto con lo que Dios exige y la honradez demanda.
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