domingo, 6 de octubre de 2013
José María García Mauriño
Octubre de 2013.
Recuperarse
de una crisis como pretenden algunos políticos, no es volver a los mismos
esquemas que han funcionado en el pasado, que son precisamente los que han
causado y causarán una crisis prefabricada y provocada detrás de otra, según
vayan los intereses de quienes manejan el poder político y financiero. Reventó
la burbuja inmobiliaria y la bancaria cuando ya estaba suficientemente ordeñada
la vaca de la construcción y de las hipotecas basura; si siguen privatizándose
la sanidad, la educación, los servicios
sociales,… reventarán las correspondientes burbujas cuando cada uno de esos
elementos deje de ser rentable para quienes se adueñen ahora de ellos, y
volverán a aparecer cíclicamente el paro, la pobreza, la inhumanidad, la
corrupción y la insolidaridad. Porque no hay ética seria sin subversión de
valores y de estructuras. No es la estructura anterior la que hay que recuperar
sino que hemos de ir construyendo otra nueva, aunque seamos tachados de ilusos:
“no tenemos prisa porque vamos lejos”, se leía en muchas pancartas del 15-M.
Hoy, una
ética subversiva de estructuras injusta no puede aceptar el engaño y la mentira
de aquellos políticos y todos los banqueros que dicen que “lo único que se
puede hacer es precisamente lo que estamos haciendo porque no hay alternativas”
y, además, porque “es por el bien de todos”. Es una idea cínica, tóxica y
falsa; el problema es de todos y de todas, de quienes lo dicen y también
de los que se la creen.
Porque en la
base de una nueva ética, se sitúa la lucha contra la indiferencia de muchos
sectores de la ciudadanía, que ya no sienten el sufrimiento y la pobreza que padecen
grandes grupos de población. Se sitúa en la lucha contra la corrupción. Contra
la marginación de los diferentes, sobre todo de los inmigrantes. Contra el
aumento del poder y de la riqueza de los que ya tienen todo lo que quieren y
más. Contra la mentira como arma política. Contra la progresiva destrucción de
derechos sociales, y laborales ya adquiridos. En fin, contra esa presentación que
a veces se hace de la ética como pura estética, que es la negación de pautas de
conducta moral comunes. Hay trabajo para rato tratando de construir una nueva
ética.
La
situación no es nueva; por desgracia, siempre ha habido injusticias y siempre
las habrá, pero serían mucho mayores y quedarían mucho más impunes si no
hubiera quien las denunciara y quien se movilizara contra la sumisión cómoda o acomplejada.
El dios dinero corrompe las estructuras que deberían estar al servicio de todos
los ciudadanos. Y está claro, una vez más, que no se puede servir a dos
señores: a Dios y al Capital., a Dios, reflejado en el ser humano, y a la
riqueza como el robo de los “expertos financieros”.
Pero hay un
problema todavía más profundo: la falta total de ética. Que nos roben nuestros derechos como personas y
ciudadanos es un delito, pero que se pretenda robar nuestros valores es un
crimen: el ser humano ya no es tratado como persona, la convierten en una mercancía; no se respetan
los derechos humanos. La vida no tiene más sentido que el que el gran capital
quiera darle; el bien y el servicio de los ciudadanos no deben ser públicos
sino privados; la democracia no equivale a la participación de los ciudadanos
en la gestión pública sino a la consecución de votos mediante la mentira para
convertirlos en poder, y hacer luego lo que al partido más votado le da la gana
hacer; la felicidad y el bienestar de las personas no tienen que venir desde
dentro de ellas sino que se compran fuera; ocupar un cargo público es un modo
de hacer fortuna; no importa que se destruya la naturaleza porque ya se
regenerará ella sola; la honradez es cosa de tontos; no es bueno que pensemos,
lo bueno es que piensen por nosotros quienes saben cuál es nuestro bien…
¿Seguimos la lista?
Una ética
seria y profunda cuestiona y subvierte esos valores, y propone en primer lugar,
el cuestionamiento de los principios básicos del sistema; el rechazo del modelo
economicista de bienestar. Y propone otros como son la búsqueda de la felicidad
y el bienestar en el interior de la persona y en la gratuidad; la referencia
continua a una ética del bien común; la solidaridad con los excluidos; la
sensibilidad hacia las personas; la lucha colectiva -no violenta pero sin
tregua- por los derechos de todos; la movilización social contra las dictaduras
ideológicas y financieras; el boicot a los productos y a las actividades de las
empresas que se saltan la justicia y las normas de convivencia; el servicio desinteresado
a quienes lo están pasando mal; la colocación de nuestro dinero en banca ética;
y todo lo que sirva para liberar mental, política, económica y socialmente a
cualquier persona que, aunque no se dé cuenta, esté invadida por la mentalidad
capitalista. Y hay que añadir que una ética subversiva excluye totalmente la
droga de la resignación y la negación de
La ética es confianza, esperanza, utopía y compromiso.
La ética es tenazmente utópica. La utopía es un modo de resistencia al poder
establecido, especialmente cuando éste no es justo. La utopía no es un sueño
sino una toma de conciencia: esa diferencia que existe entre las
potencialidades que tenemos los seres humanos y la situación real en la que
vivimos. Y esa diferencia, a la larga y a la corta, resulta insoportable e
indignante. Esa toma de conciencia es el motor de la esperanza y de la acción.
Por ello, no
podemos hablar de ética si no hablamos al mismo tiempo de esperanza. La
economía descontrolada, que ha puesto altares por todas partes para ofrecer
sacrificios a sus dioses, intenta por todos los medios llevarse por delante la
ética y, con ella, la esperanza. El fin nunca justifica los medios. Una ética subversiva
trata de volcar esos altares y mantener viva en todas las personas la esperanza
que les devuelva la vida. Los utópicos de todos los tiempos fueron y
seguirán siendo infatigables y tercos,
porque creían y confiaban en otro dios, que no es el dinero ni la ganancia,
sino en el único dios que puede dar auténtico sentido a la vida de las personas:
No obstante,
en un contexto en el que el poder es tan grande y tan fuerte, es normal que aparezca
el miedo: miedo a no estar en lo cierto, a las represalias, a no lograr lo que
se pretende, a no ver los resultados de nuestro esfuerzo y de nuestro
compromiso. Tomar posturas públicamente, firmar documentos exigentes,
manifestarse en minoría, llamar a las cosas por su nombre delante de todos, … no
es fácil. Ahí es donde actúa esta ética que queremos que sea subversiva. ¿O acaso
creemos que no nos van a temblar nunca las piernas y la voz?
Esta ética
que proponemos no es un manual de economía y política, pero sí es la propuesta
de un modo de vida distinto en todo; entre otras cosas, en la política y la
economía. No vamos por la vida como salvadores de nadie, pero sí podemos
contagiar valores, esperanza e indignación subversiva contra las injusticias.
Estamos en los límites del desierto, el desierto del futuro humano; y todo
desierto, es percibido como misterioso, peligroso, incierto. Los utópicos no
nos rendimos, nunca tiramos la toalla. Tal vez, no tenemos más brújula o más estrella
polar que nuestra razón y nuestro terco empeño en mantener a toda costa una
ETICA SUBVERSIVA.
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